El Tesoro de Buenos Aires

El 28 de junio de 1806, en el Fuerte de Buenos Aires ondeaba la bandera inglesa. La ciudad había caído sin resistir. Se discutieron los términos de la capitulación, Beresford exigió, como principal condición, la entrega de los caudales reales que Sobremonte había guardado en Luján.

La entrega del Tesoro ,la reparticion del mismo

El virrey accedió ante los emisarios del jefe invasor y, protegido por soldados ingleses, el tesoro desanduvo el camino de la fuga.

Una parte de los caudales fue empleado para cubrir los gastos de la expedición. 

El 5 de julio las carretas arribaron a Buenos Aires y doce días después, la fragata Narcissus zarpó hacia Gran Bretaña con ocho grandes carros conteniendo, cada uno, cinco toneladas de pesos plata, adornados con las banderas españolas tomadas en Buenos Aires.

Ya en Inglaterra, una multitud jubilosa, precedida por la caballería y una banda de música, acompañó los carros en los que el tesoro se trasladó al Banco de Inglaterra. La plata quedó depositada hasta el momento en el que se produjera la distribución entre los jefes y soldados que conformaron las fuerzas invasoras. Cuando los ingleses festejaban el éxito de la invasión, hacía un mes que Buenos Aires había sido reconquistada. 

El reparto de las riquezas se llevó a cabo recién en 1808, después de serias discrepancias entre Beresford y Popham por la interpretación del convenio que ambos habían firmado en Santa Elena. Para saldar las mismas, intervino un tribunal que determinó en su fallo que 296.187 libras, tres chelines y dos peniques se repartieron entre 2.841 participantes en el ataque a Buenos Aires (1.235 del Ejército y 1.506 de la Marina). El general Baird recibió 35.985 libras; Beresford, 11.995. El resto se distribuyó en una proporción aproximada de siete mil libras para los jefes superiores de tierra y mar, setecientos cincuenta para los capitanes, quinientos para los tenientes, ciento setenta para los suboficiales y treinta para cada soldado y marinero. En 1809, el gobierno de España reclamó la devolución del tesoro perteneciente a la Compañía de Filipinas por no ser dinero público, así como el dinero traído desde Luján. Canning, ministro de relaciones exteriores, contestó denegando el pedido. 

Hasta el presente, los tesoros no fueron devueltos por la nación inglesa, habiendo financiado con creces las pérdidas sufridas en las operaciones desarrolladas en América del Sur, entre los años 1805 y 1807.

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Caricatura de época sobre los móviles del emprendimiento: “Avaricia y pillaje sólo comparables a las vergonzosas expediciones de los bucaneros”, sostenía The Times. .