Terminada la sesión convocada por el cabildo, una voz se levantó para pedir resolución sobre quién habría de tener el mando de las tropas; esa voz invocó la representación del pueblo, de ese pueblo agolpado al pie de los balcones del cabildo y que se mostraba decidido a cualquier acción; grupos numerosos invadieron la sala de los acuerdos y el congreso general tuvo que ceder a la exigencia.
El caudillo de esa intervención popular fue Juan Martín de Pueyrredón que para calmar al pueblo se dispuso pedir al virrey que nombrase a Santiago de Liniers jefe de las fuerzas armadas, quedando así Sobremonte privado del mando militar.
Sobre Pueyrredón escribió, en 1809, Hidalgo de Cisneros: "El fue uno de los que estando los ingleses apoderados de esta ciudad juntó gentes y se batió con Beresford en el campamento de Perdriel con ánimo de proclamar la independencia si salía vencedor. Sirvió también en la reconquista y de resultas hizo cabeza en la conmoción del 14 de agosto contra el marqués de Sobremonte".
En la reunión del cabildo se distinguieron por su intervención: Juan José Paso, Manuel José Labardén, Joaquín Campana, Juan Martín de Pueyrredón.
El marqués de Sobremonte, en carta al príncipe de la Paz, señala a esos "mozuelos despreciables", que intentaron probar que el pueblo "tenía autoridad para elegir quien los mandase".
EL fiscal del crimen de la audiencia, Antonio Caspe y Rodríguez, sostuvo que convenía enviar al Río de la Plata un virrey que expulsase de Buenos Aires a los abogados Juan José Paso y Joaquín Campana, a los agentes fiscales y a Manuel José Labardén, que levantaron la voz en el cabildo contra el virrey.
La Audiencia asumió la dirección política de Buenos Aires y Sobremonte pasó a Montevideo.
Teóricamente, Liníers estaba bajo su mando, pero en el sistema colonial se había abierto una sería fisura: el representante del rey en América ya no era el magistrado indiscutido de los siglos pasados.