El consulado

El Consulado de Comercio de Buenos Aires fue erigido en 1794 a pedido de comerciantes locales. Se trataba de un cuerpo colegiado que funcionaba como tribunal comercial era una de las principales instituciones oficiales del Virreinato del Río de la Plata, junto con el Virrey, el Cabildo y las del orden religioso


El consulado y los inicios de Belgrano

El reglamento de comercio libre del 12 de octubre de 1778 establece tribunales de comercio o consulados en todos los puertos habilitados de España donde no los hubiese; la institución, reclamada por los intereses del comercio local, se aplicó también a los puertos autorizados de América. Pero su instalación llevó siete arios de expedientes, aunque el cabildo y el tribunal de cuentas de Buenos Aires se expidieron favorablemente; el asunto quedó trabado en la Audiencia hasta 1790. Por fin se autorizó. la creación en 1794, con jurisdicción sobre todo el virreinato. Su primer prior fue Manuel Rodríguez de la Vega; su secretario, Manuel Belgrano; el Consulado tenía funciones judiciales y de junta económica; estableció diputaciones en Montevideo, Santa Fe, Corrientes, Paraguay, Córdoba, Mendoza, San Juan, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Chuquisaca, La Paz, Co-chabamba, Oruro y Potosí.

El Consulado era también junta de fomento y debía procurar el progreso de la agricultura, el cultivo de frutos diversos, la introducción de máquinas y herramientas y facilitar la circulación interior de mercaderías; el fondo propio del Consulado se formaba con el derecho de avería y el producto de las multas y penas pecuniarias que impusiese en uso de sus facultades.


Belbrano y el Consulado

El primer y único Secretario del Consulado, Manuel Belgrano, debió desempeñarse con cautela al asumir la tarea de dirección del mismo. Al ser designado Secretario Perpetuo del Consulado, escribió los lineamientos que seguiría en su labor de fomento económico. Estos lineamientos están respaldados por un documento que ha llegado hasta nuestros días. Los ideales del Consulado y lo que podía lograrse en beneficio del Virreinato, sin embargo, distaban mucho de lo deseado. 

Al comienzo estaba integrado por comerciantes monopolistas, que se cuidaban de lo que importaba a sus intereses; en 1797 se estableció por una disposición que en su seno debía haber por partes iguales comerciantes y hacendados, estos últimos representantes de los intereses del virreinato; aquéllos representaban mayormente a los monopolistas de Cádiz y sus propios intereses.

Una de las discusiones que se prolongó varios años fue la calificación de los cueros como frutos del país, cuya exportación estaba autorizada. Otro de los motivos de largos debates. fue el de la concesión del comercio con colonias extranjeras, en torno al cual se expusieron ideas francamente favorables al comercio libre como una solución vital para los intereses del virreinato.

Como secretario de esta institución, Manuel Belgrano redactaba anualmente las memorias de la misma y eso le daba oportunidad para sembrar sus ideas propias en torno a numerosos temas; en 1796 la memoria se titula: Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria, proteger el comercio de un país agricultor; la de 1797: Utilidades que resultarán a estas Provincias y a la Peninsula del cultivo del lino y cáñamo, modo de hacerlo, la tierra más conveniente para el, modo de cosechar estos dos ramos, etc. En 1798 se ocupó de las ventajas que lograría el país de la comunidad de propósitos entre hacendados y. comerciantes; en otras memorias afirma el valor de las aplicaciones de la ciencia al progreso económico; en una trata del establecimiento de una fábrica de curtiembre; la de 1806 trata de la importancia del estudio de la matemática.

Se discutió en el Consulado sobre la concesión del comercio con colonias extranjeras, medida que defendía el síndico Ventura Miguel Marcó del Pont, el cual lo solicitó al rey por el bien de los hacendados y agricultores. Decía: 

"Aunque desde la concesión del comercio libre se conduce a la península un crecido número de cueros, queda en esta provincia mayor o igual porción sin poderse extraer, de forma que por triplicado que fuese el número de buques que arribasen a estos puertos todos encontrarían pronta carga. En cuanto al trigo, un cielo benigno, estaciones proporcionadas, terrenos vírgenes que premian una rústica y superficial cultura con usuras prodigiosas de modo que puede colectarse no sólo cuanto trigo sea preciso para el sustento de la capital y su jurisdicción que consume anualmente 80 a 90.000 fanegas, dobles de la península, sino también para comerciar con Europa, surtirse a La Habana, a otras de nuestras colonias y conducirse a las extranjeras que necesitan de este ramo. En presencia de esto, ¿qué razón de equidad y de justicia puede objetarse para, que se les prohiba exportarla a las colonias extranjeras en América?"...

Al liberarse el consulado unos años después, cuando los hacendados representaban en él otros intereses que los del comercio monopolista, lo vemos en 1798 pronunciarse en favor del informe del administrador de la aduana y en favor del cabildo, que pedían la apertura del puerto de Buenos Aires al comercio extranjero.