La expedición se había quedado sin barcos y abandonada en la isla de Jamaica, pero no se rindieron. Enviaron a solicitar ayuda a Santo Domingo al marinero Diego Méndez que navegó en una canoa mejorada por aguas peligrosísimas llegando a Santo Domingo varias semanas después y salvando de esta manera a los expedicionarios de una muerte segura. Mientras Méndez volvía con la ayuda permanecieron en Jamaica estuvieron durante más de un año en el que se produjeron rebeliones y sucesos muy graves
Cristóbal Colón había naufragado y estaba olvidado junto a sus hombres en Jamaica durante su cuarto viaje al Nuevo Mundo, y tenían que contactar con alguien lo antes posible para salir de ahí, de ese lugar m decidieron enviar alguien en pos de la isla Española, fue así que a mediados del mes de julio de 1503 partió Diego Méndez con Bartolomé Fiesco y seis indios en una canoa reforzada para la navegación a solicitar auxilio.
No sabían cuánto tiempo tardarían, ni las condiciones de navegación que se encontrarían ya que durante todo el periplo de la expedición la climatología y el mar habían sido los peores enemigos que se pudieron encontrar. La distancia a recorrer era de nada más y nada menos 200 kilómetros por mar y luego otros 400 por tierra hasta Santo Domingo, era toda una hazaña si lo conseguían.
Al consultar el libro del matemático y astrónomo alemán Johannes Müller von Königsberg , encontró que el siguiente eclipse lunar sucedería el 29 de febrero de 1504. Sabiendo esto, tres días antes del eclipse, Colón pidió reunirse con el líder de los indígenas para informarle que el Dios cristiano estaba muy enojado con ellos y que sufrirían las “consecuencias”.Así que, para mostrar su enojo, en tres días “las llamas de la ira” harían desaparecer la luna del cielo.
De hecho, ocurrió lo que dijo Colón. Comenzó el eclipse y la “luna sangrienta” hizo su aparición. Según el hijo del navegante, los nativos se encontraban sumidos en tal terror que de inmediato pidieron a Colón que “hablara con Dios” para devolver a la luna a su tamaño original.
Antes de partir el almirante había enviado a Diego Méndez al interior de la isla para crear un complejo sistema de abastecimiento alimentario mediante el intercambio de productos europeos con los caciques de la isla (Huarco, Ameiro).
Llegó a un acuerdo con tres de estos jefes nativos que suministrarían alimentos a cambio de estos productos dejando en cada tribu a un español encargado de coordinar estas entregas. El sistema funcionó a la perfección hasta que los indígenas se cansaron de él y rechazaron seguir colaborando con los extranjeros y esto complicó aún más la situación.
Partió la expedición de Méndez y cuando tan sólo se habían alejado un poco de la costa fueron capturados por unos indios de los que pudieron escapar en un descuido de éstos. Retornaron a las naves españolas con la idea de salir de nuevo pero esta vez con la protección de Bartolomé Colón y unos cuantos hombres. Por fín consiguieron alejarse de las costas jamaicanas con destino a Santo Domingo. Una vez allí debían de continuar el viaje a España con unas cartas que le había entregado el almirante.
En la isla jamaicana quedó el resto de los hombres con la esperanza de que el viaje de Méndez tuviese éxito y así ser rescatados.
Fue pasando el tiempo y con ello pronto llegaron las enfermedades derivadas del desgaste que ya traían del viaje realizado, las malas condiciones de vida en dos naves destartaladas y ancladas a unos metros de la costa y la alimentación indígena basada en vegetales a la que no acababan de acostumbrarse. Con la enfermedad llegó la desesperanza y la irritación de los expedicionarios.
Francisco y Diego de Porras, el primero capitán de una de las carabelas y el segundo escribano y contador general de la escuadra, no estaban satisfechos con la pasividad de Colón. Ya había transcurrido bastante tiempo como para que la canoa hubiese llegado a Santo Domingo y haber enviado una nave a su rescate, pero hasta allí no llegaba nadie. Un grupo de los españoles se empezaron a preocupar seriamente. Pensaban que el almirante no estaba haciendo nada por salir de la isla, tan sólo seguir esperando a que les fuesen a rescatar, cuando ellos se veían muy capaces de coger unas cuantas canoas, prepararlas para la travesía y llegar a Santo Domingo por sí solos. ¿Por qué tanta pasividad?
El 2 de enero de 1504 Francisco de Porras se plantó ante el Almirante y le contó sus planes de tomar inmediatamente diez canoas y partir en pos de la Española. Colón les pidió que tuviesen calma y que siguiesen esperando, pero no le hicieron caso. Unos cincuenta hombres se embarcaron y pusieron rumbo este al grito de “¡A Castilla! ¡A Castilla!”. Pero poco tardaron en desencantarse; las olas y el exceso de carga de las canoas les hizo volver a tierra. Volvieron a intentarlo pasados unos días viendo que el mar estaba más tranquilo pero aún así fue imposible por culpa de los vientos contrarios. La expedición había fracasado. Finalmente volvieron a tierra y formaron su campamento propio alejado del de Colón.
El asunto se complicó cuando los indios, como comentamos anteriormente, empezaron a no suministrar con la misma eficacia las provisiones a los náufragos; los cascabeles, espejos y demás objetos que antes les volvían locos ya no les gustaban tanto por lo que los valoraban menos; el ver a los españoles más hambrientos y deseosos de sus productos provocó su aumento de coste y además se dieron cuenta de que si no les abastecían a lo mejor se irían de allí dejándoles en paz.
Colón ideó una estratagema para que los indios volviesen a su anterior estado más colaborativo: les amenazó con que su Dios les privaría de la luz lunar un día a una hora exacta. Y esto les dijo porque gracias a los libros de astronomía que llevaba sabía a ciencia cierta que en tres días se iba a producir un eclipse lunar en la primera mitad de la noche. Convocó a los caciques locales a la hora del espectáculo y les habló de que su Dios estaba enfadado con ellos porque no colaboraban y que en señal de su enojo les quitaría la luz lunar durante unos minutos, y que éste sería el primer castigo de otros mucho más duros y mortales. Al producirse el anunciado eclipse los nativos quedaron aterrorizados y prometieron darles todo lo que pidiesen con tal de aplacar la ira de su Dios.
Ya habían pasado más de ocho meses desde la salida de Méndez y aún no había noticias de la Española. La desesperación empezó a cundir de nuevo entre los tripulantes que no se habían adherido a la rebelión de los Porras. Entonces una tarde apareció una carabela en el firmamento, generando gran espectación.
Pero dicha nave no venía a rescatarles, era demasiado pequeña para meter a todos. Tan sólo dejó una carta del gobernador de Indias Frey Nicolás de Ovando al almirante y unos pocos víveres y se llevó la respuesta de Colón solicitándole ayuda.
Sin embargo este hecho animó a los españoles. Significaba que Méndez había llegado a Santo Domingo y que en cuanto pudiese armar un par de naves pasaría a recogerlos. Refiriéndome al viaje de este valiente marinero junto a Bartolomé Fiesco y seis indios decir que lograron llegar a la isla de Navaza tras una durísima travesía a remo en la que se quedaron sin agua ni víveres. Les salvó la vida este pequeño islote donde pudieron recoger agua, comer algo de marisco y descansar un par de días antes de partir en dirección al cabo Tiburón a donde llegaron en poco tiempo.
Una vez en la isla Méndez no marchó a Santo Domingo, tuvo que ir a buscar al gobernador Ovando a Jaragua, en donde se encontraba realizando unas campañas militares. Una vez le encontró le pidió un par de naves para ir a buscar a sus compañeros a Jamaica, pero el comendador con la excusa de que no había naves disponibles en ese momento, fue retrasando la entrega de estas naves, algo que podía ser cierto.
Tendría que esperar a que llegasen de España. Dicha espera se alargó hasta casi los siete meses cuando por fin pudo adquirir a nombre del almirante una carabela con suficiente capacidad para el rescate y otra más cedida por Ovando.
Mientras todo esto se producía en la Española, en Jamaica el asunto llegó a las manos entre el adelantado Bartolomé Colón y los hermanos Porras. Tras la llegada de la carabela trayendo una carta de Ovando Colón intentó negociar con los sublevados para que volviesen bajo su disciplina prometiéndoles el perdón y una pronta salida de la isla pero aquellos desconfiaban del almirante y de sus promesas por lo que no accedieron a someterse. Ante esta nueva negativa a someterse a su autoridad Colón ordenó a su hermano volver ante los rebeldes y atacarles para que depusiesen su actitud. Allí fue el adelantado y se produjo el enfrentamiento, primera batalla de más o menos entidad entre españoles en el Nuevo Mundo y ante la atónita mirada de los indios. Francisco de Porras fue capturado por Colón provocando la disgregación y huida del grupo rebelde, cuyos miembros terminaron rindiéndose y solicitando el perdón del almirante.
Al fin llegaron las naves con los naúfragos a Santo Domingo el 13 de agosto de 1504 y fueron acogidos con gran alegría por los lugareños. El día 12 de septiembre de 1504 el almirante vería por última vez las costas de la isla Española con destino a Castilla a donde llegaría el 7 de noviembre tras un complicado y tormentoso viaje.