El Pacto de Barracas fue un nuevo acuerdo celebrado entre Rosas y Lavalle, luego del fracaso del de Cañuelas, que intentaba poner fin a los enfrentamientos entre las facciones unitarias y federales en el naciente territorio patrio.
Rosas no quedo satisfecho con los resultados de las elecciones del 26 de julio, que le privaban del dominio efectivo sobre el gobierno y la legislatura. Lavalle no había podido impedir que sus amigos votasen contrariamente a lo convenido entre él y Rosas. Hubo intercambio epistolar, explicaciones, francas y sinceras en Lavalle, calculadas en Rosas.
Volvió Lavalle a procurar un acuerdo para evitar nuevas complicaciones y eventualmente nuevas hostilidades. Ante esa actitud, que significaba de hecho la anulación de las elecciones, sus ministros dimitieron. Lavalle admitió las renuncias el 7 de agosto y formó nuevo gobierno con José Tomás Guido en relaciones exteriores, Manuel José García en hacienda, Manuel Escalada en guerra y marina; pero el nuevo gobierno no asumió sus funciones mientras Lavalle fue gobernador, lo que hace pensar que se había convenido su retiro.
Del Carril salió para Montevideo el 14 de agosto y Díaz Vélez quedó interinamente a cargo de todos los ministerios. Abandonado por todos sus colaboradores, con cuyo pensamiento quizás no coincidía, se aferró Lavalle a la idea de asegurar la paz y para ello se entregó a las sugestiones propuestas por el adversario, dando pruebas de un perfecto desinterés personal.
Después de los arreglos concertados previamente por Guido y García, se reunieron Rosas y Lavalle el 24 de agosto en la quinta de Piñeyro, en la margen derecha del río Barracas. La convención allí firmada significaba el abandono del poder por Lavalle. Fue elegido para sucederle el general Juan José Viamonte, que asumió el mando el día 26. La nueva autoridad debía designar lo antes posible un Senado consultivo formado por 24 personas elegidas entre los notables de la provincia y convocar a elecciones de representantes.
Lavalle, aislado, sin el apoyo de las tropas del ejército nacional que había conducido a Córdoba el general Paz, que seguía una línea política propia; sin el respaldo del partido de la conspiración que lo había elegido como brazo ejecutor, frente a las fuerzas de Rosas y de Estanislao López y deseoso de ahorrar al país los resultados de una sangrienta contienda, cedió, y a mediados de setiembre emigró a la Banda Oriental.
Rosas se retiró a la campaña, donde tenía sus intereses personales y su influencia dominante, y mantuvo reunidas las fuerzas que le respondían.