Además del secuestro y la desaparición sistemática de los luchadores sociales y de la consolidación de las bases del plan económico de Martínez de Hoz, la última dictadura militar también llevó adelante una clara política de desaparición y sustitución de buena parte de la producción literaria de la época.
La censura esta decretada por medio del comunicado N° 19, 24/03/76 Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o al terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta diez años, el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes, con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar las actividades de las Fuerzas Armadas, de Seguridad o Policiales. (Diario "La Prensa", 24 de marzo de 1976).
El plan de censura en la cultura instalado en la Argentina a partir del golpe de 1976 realizó un análisis minucioso de cada una de las obras, un detallado informe que estuvo en manos de intelectuales, sociólogos, historiadores, en fin, profesionales, de rango militar o de la sociedad civil. A la vez que censuró ciertas manifestaciones culturales, el objetivo fue imponer una cultura propia, lo que significó indicar claramente que había cosas que estaban bien y cosas que estaban mal. Textos que se podían leer y otros que había que tirar, destruir y olvidar.
Una de las principales armas que utilizó el golpe de Estado de 1976 para derribar toda idea contraria al régimen fue un mecanismo de censura en la cultura que se reflejó en persecuciones y torturas a autores, prohibiciones de circulación de libros; canciones y otras expresiones; editoriales cerradas y bibliotecas vaciadas. Desde los mandos militares se pensaba que una de las principales formas de aniquilar al enemigo “subversivo” era instalar un plan de control allí donde se forjaran las ideas. Por eso la cultura y la educación fueron el blanco adoptado por la denominada “Operación Claridad"
Operación Claridad fue un plan implementado por la dictadura cívico militar de 1976, en el marco del denominado “Proceso de Reorganización Nacional”, en el cual debía reunirse información para combatir los “focos subversivos” a través de la vigilancia, la identificación y el espionaje sobre personas del ámbito educativo y cultural. Esta operación devino en la oficialización de la censura, la prohibición de contenidos, la quema de libros, la confección de listas negras, en las que se incluyeron 231 nombres del ambiente cultural, artístico, educativo, estudiantil y periodístico, la mayoría detenidos y posteriormente desaparecidos.
En el año 1977, la dictadura cívico-militar publicó el documento “Subversión en el ámbito educativo (Conozcamos a nuestro enemigo)” y lo distribuyó en los colegios del país al inicio del ciclo lectivo del ’78, siendo de lectura obligatoria para los docentes.
Se trataba de un plan a través del cual se pretendía identificar a los opositores al régimen en el ámbito cultural y de lograr la propugnada articulación entre libertad individual y colectiva a través del orden. Los jerarcas de la última dictadura se sentían amenazados por ideas y proyectos extranjerizantes, por lo que buscaron restaurar los valores occidentales y cristianos y erradicar toda concepción ideológica que no fuera afín a esos contenidos.
Para cumplir con este objetivo, se organizó un aparato de espionaje dentro de las escuelas –infiltrando y espiando estudiantes, colocando en los cargos directivos agentes de las fuerzas de seguridad, logrando coaccionar a docentes y alumnos por igual para detectar y delatar a quienes fueran opositores a los lineamientos educativos planteados por la dictadura y, a partir de esos datos, incorporarlos en las llamadas “listas negras”.
La dictadura tuvo una política cultural y educativa en sintonía con su política represiva del Terrorismo de Estado. El gobierno militar creó un grupo especial encargado de controlar y censurar todo tipo de producción científica, cultural, política o artística. Fue una época caracterizada por la censura en muchos aspectos: se cerraron facultades como la de psicología, la de antropología por considerarse subversivas, se levantaron programas de televisión, manipulación de la información, se prohibieron cualquier tipo de actividad política y hubieron allanamientos de sindicatos.
Los sucesivos ministros– Ricardo Bruera, Juan José Catalán, Juan Rafael Llerena Amadeo, Carlos Burundarena y Cayetano Liciardo- entendían que el ámbito de la cultura y la educación eran los más adecuados para que la supuesta “subversión” pudiera realizar su trabajo de captación ideológica. Por esa razón, trataron de ejercer un control estricto de esos dos espacios a partir de la producción de materiales que revelaran el accionar del enemigo y orientaran a los integrantes de la comunidad educativa para encarar la lucha contra él.
El 30 de marzo de 1976 se incineran libros considerados subversivos en dependencias del Regimiento de Infantería Aerotrasportada 14 de Córdoba, esto se enmarca en la ofensiva contra la cultura.
El 30 de agosto de 1980 la Policía de la Provincia de Buenos Aires quemó un millón y medio de libros y fascículos pertenecientes al Centro Editor de América Latina (CEAL, fundado por Boris Spivacow), mientras otra gran cantidad quedó incautada. Al mismo tiempo, la dictadura militar iniciaba un juicio contra Spivacow, quien antes del CEAL había sido director de Eudeba en su época dorada y uno de los fundamentales actores en la renovación y consolidación del público en las décadas del sesenta y el setenta.
Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba, que ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, Galeano, etc. Dijo que lo hacía «a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas... para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos». Y agregó: «De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina». (Diario La Opinión, 30 de abril de 1976)