Durante el transcurso de la Guerra del Brasil, Manuel José García permaneció alejado de puestos públicos, aunque se mantuvo en contacto permanente con el embajador Ponsonby, a quien alentó a insistir ante el presidente Bernardino Rivadavia para obtener un arreglo basado en la independencia de la Banda Oriental.
Por su parte, Ponsonby lo consideraba su mejor aliado, y escribía al ministro de relaciones exteriores británico George Canning.
«No sé cómo podrá el gobierno para seguir sin él.»
La falta de recursos y el fracaso de la unitaria Constitución Argentina de 1826 impusieron la necesidad de lograr la paz. Ponsonby propuso enviar al Brasil para gestionarla a Manuel José García,
«...cuya coincidencia con todas mis opiniones... lo indican como particularmente apropiado para ser utilizado.»
Rivadavia recurrió nuevamente a García el que ya había rechazado su ofrecimiento para encargarse de la cartera de Hacienda por sus discrepancias con el gobierno presidencialista unitario pero decidió enviarlo en misión diplomática al Brasil e iniciar las tramitaciones de paz con el Imperio.
Las razones que impulsaron a Rivadavia a cambiar de opinión, fueron las mismas que habían disuadido a García a no ir a la guerra antes. El investigador Juan Carlos Nicolau afirmó:
«La situación económica de Brasil era muy superior a las Provincias Unidas, si se tenía en cuenta que contaba con una población de 5 millones de habitantes, contra 700000 de estas tomadas en su conjunto, pero que en los hechos, solo la provincia de Buenos Aires contribuía al esfuerzo bélico. El estado brasileño, independiente, sin deuda nacional, desarrollaba un comercio con el extranjero muy activo y floreciente, en continuo progreso, apoyado en su relación con la Gran Bretaña. En cambio, el Río de la Plata sufría el perjuicio del bloqueo de su puerto, lo que constituía un grave obstáculo para obtener recursos de sus recaudaciones aduaneras y así la posibilidad de adquirir armas y municiones para su ejército. La ayuda que recibía el Brasil de parte de Gran Bretaña, en su virtual alianza, provocó que hombres como el General Beresford y el Almirante Cochrane, con amplio conocimiento del teatro de operaciones del Río de la Plata, contribuyeran a la organización y manejo del ejército y la armada brasileña.»
Finalmente, el diplomático inglés lord John Ponsonby le envió a Manuel José García, comisionado extraordinario ante la corte de Londres, un memorando de las bases generales para una conversación de paz entre su majestad imperial y las Provincias Unidas del Plata. Desde mayo se encontraba en la Banda Oriental, en una misión como ministro plenipotenciario en las Provincias Unidas y como mediador entre Buenos Aires y Rio de Janeiro. Gran Bretaña se mostró así interesada en resolver pacíficamente la crisis, y su enviado estuvo siempre convencido de que la manera de conseguirlo era la independencia de la Banda Oriental.
El 16 de abril de 1827, García recibió las instrucciones para realizar su misión por parte de Rivadavia y su ministro Francisco Fernández de la Cruz, informándole que el gobierno se proponía
«acelerar la terminación de la guerra y el restablecimiento de la paz, tal como lo demandan imperiosamente los intereses de la Nación».
Esta instrucción reflejaba la crítica situación interna del gobierno del Presidente Bernardino Rivadavia, desesperado por encontrar la paz para afrontar los otros grandes problemas que azotaban a la República Argentina, es decir y en especial, a la enorme crisis económica producto de la guerra y la oposición de las provincias del interior a las políticas centralistas.
Las bases que debía utilizar el ministro plenipotenciario García, serían
«...o bien la devolución de la Provincia Oriental, o la erección y reconocimiento de dicho territorio en un Estado separado, libre e independiente, bajo la forma y reglas que sus propios habitantes eligieren y sancionaren; no debiendo en este último caso exigirse por ninguna de las partes beligerantes compensación alguna.»
Al despedirlo, el ministro Julián Segundo de Agüero le encargó conseguir la paz a todo trance
«...de otro modo, caeremos en la demagogia y en la barbarie.»
El plenipotenciario argentino Manuel José García firmó la Convención Preliminar de Paz de 1827, repudiada tanto por el gobierno como por la opinión pública argentina y conocida como «el tratado deshonroso».José Feliciano Fernandes Pinheiro (1774-1847), Visconde de São Leopoldo, fue uno de los tres firmantes de la Convención Preliminar de Paz de 1827 por el Imperio del Brasil.
García llegó en mayo de 1827 a Río de Janeiro y comenzó sus reuniones con el intermediario británico y los ministros plenipotenciarios brasileños.
Apenas iniciadas las gestiones, García se encontró con una gran intransigencia por parte de los ministros brasileros con respecto a no renunciar a la Provincia Cisplatina: el Emperador, consternado por la victoria rioplatense de Ituzaingó y temiendo por la estabilidad de su imperio en esas circunstancias, había jurado ante el Senado brasileño no tratar la paz ante las Provincias Unidas y continuar la guerra hasta obligarlas a aceptar su soberanía sobre la Provincia Cisplatina; seguramente Pedro I especulaba también con la debilidad de la Provincias Unidas para prolongar las acciones bélicas.
Viendo la situación, García decidió regresar a Buenos Aires, pero el embajador británico Gordon lo convenció de entrevistarse con el ministro de relaciones exteriores imperial, el Marqués de Queluz, João Severiano Maciel da Costa.
Robert Gordon el embajador británico en Brasil entre 1826 hasta 1828, fue eel que convencio a Garcia con el tratado de Paz, a Gran Bretaña le interesaba terminar con la guerra a cualquier costo con tal de reiniciar el comercio con Brasil y Argentina y el bloque Portuges trai problemas en ese sentido
Tras tres reuniones infructuosas, las presiones del gobierno británico por terminar rápidamente con el conflicto para reanudar el comercio, la inflexible postura del gobierno brasileño y el crítico estado político-económico de las Provincias Unidas, llevaron a García a decidir por sí mismo la paz sobre otras bases. Más tarde explicó al embajador Gordon que, aunque
«...tenía instrucciones de firmar una convención solo sobre la base de la independencia de la provincia de Montevideo; pero, como él se hallaba convencido de que a este estado de independencia no podía llegarse por cierto tiempo, y que en realidad era de poca importancia para Buenos Aires el destino de la provincia, siempre que se le devolviera la tranquilidad, no hesitó en llegar a términos que, en otro sentido, estaban perfectamente de acuerdo con sus instrucciones.»
Parafraseando a Juan Carlos Nicolau:
«García estaba convencido de que la paz traería el desarrollo de la economía y con ello, el progreso y fortalecimiento de las instituciones que permitiría lograr la felicidad de sus habitantes en una nación donde todo debía ser construido.»
Por su parte, Alén Lescano subraya que ése era
«el pensamiento unitario de siempre: asimilar el país a ciertas formas políticas e ideológicas, y desechar lo que no encajara, como las provincias federales, sus rudos caudillos, o esa Banda Oriental causa de eternas discordias y recelos contra Buenos Aires. La extensión era el mal del país, y mejor hubiera sido reducirse a la ciudad-puerto, para hacer fuertes sus instituciones, su cultura y su comercio.»
De modo que, dejando de lado sus instrucciones, el 24 de mayo de 1827 firmó la Convención Preliminar de Paz de 1827 que disponía, entre otras cosas:
«La República de las Provincias Unidas del Río de la Plata reconoce la independencia e integridad del Imperio del Brasil y renuncia a todos los derechos que podría pretender al territorio de la provincia de Montevideo, llamada hoy Cisplatina, la cual el Emperador se compromete a arreglar con sumo esmero, o mejor aun que otras provincias del Imperio. El emperador del Brasil reconoce igualmente la independencia e integridad de la República de la Provincias Unidas del Río de la Plata, y dado que la República de las Provincias Unidas ha empleado corsarios, halla justo y honorable pagar el valor de las presas por haber cometido actos de piratería».
A pesar de que la convención contravenía sus instrucciones, García había logrado que se cambiase la redacción primitiva que incorporaba la Provincia Cisplatina al Imperio y que se omitiera el reconocimiento de cualquier derecho de soberanía por parte del Emperador del Brasil sobre la Provincia Oriental, ya que la Convención solo se refería a la renuncia efectuada por las Provincias Unidas.
Tal vez sin notarlo los diplomáticos brasileños, se dejaba la puerta abierta a la independencia uruguaya. Sin embargo, en su carta a Ponsonby informando de la firma de la convención, Gordon emitió ciertas opiniones que permiten inferir que todas las partes eran conscientes de que posiblemente el Emperador se vería obligado a otorgar la independencia de la Cisplatina tarde o temprano:
«Al Brasil se lo deja que luche con la disensión y la revuelta, que seguirán dominando en la Provincia Cisplatina... El Emperador pronto se convencerá del desacierto de no proclamar, franca e inmediatamente, la independencia de la provincia.»
En Río de Janeiro, el representante argentino don Manuel José García, designado por el presidente Rivadavia, firma un tratado preliminar de paz por el cual se reconocía a Brasil la posesión de la Banda Oriental y Argentina se comprometía a lo siguiente: desarmar la isla de Martín García, pagar el costo de las presas hechas en la guerra de corso y desmovilizar el ejército, conservando sólo las tropas necesarias para mantener el orden interior. La indignación que causó lo pactado fue enorme. El gobierno de Rivadavia lo rechazo de plano en un enérgico decreto pero esto fue lo que colmo el brazo pues la crisis economica , algunos hechos de corrupcion sobre una mina en La Rioja lo obligaron a reninciar.
A su regreso a Buenos Aires, el 20 de junio, García presentó la Convención Preliminar de Paz al Presidente y al Congreso. La opinión pública en Buenos Aires reaccionó indignada, se publicaron artículos muy violentos contra el gobierno en los periódicos, y la ciudad se cubrió de panfletos ofensivos contra García, Rivadavia y Ponsonby. De modo que Rivadavia, a quien se suponía partidario de aceptar el acuerdo, se presentó ante el Congreso con un virulento discurso exigiendo su rechazo.
El ministro Agüero dirigió a García una misiva en la que manifestaba:
«En consecuencia, el gobierno hace a Ud. responsable de todos los males y consecuencias que de ello resultan a la nación, especialmente en el grande y noble empeño en que se halla para salvar su honra.»
La respuesta de García fue de rechazo a los cargos imputados por Rivadavia y Agüero, argumentando en su defensa que la firma de la mentada Convención podía comprometer su honra personal, pero no obligaba al país hasta tanto no fuera ratificada. En este sentido, relata
«Para finalizar, el comisionado emite un juicio lapidario respecto a la actitud del gobierno de Rivadavia, al afirmar con razón que al negociar la cesación de las hostilidades arriesgaba su reputación personal, pero no causaba obligación alguna al Gobierno hasta tanto el tratado de paz o la convención preliminar, después de ser examinada detenidamente fuera ratificada. En su opinión, una convención preliminar aún después de ratificada solemnemente, es un tratado provisorio, pues su objeto principal es hacer cesar las hostilidades, fijando bases para un tratado definitivo. En la última frase de su exposición espera que aquietadas las pasiones en el futuro se juzgará su comportamiento, mientras se interroga acerca de quien merece mayor indulgencia, si el ciudadano que en tan gran conflicto sacrifica su reputación y acaso la existencia a su patria, o aquel que quiere a todo trance hacer de esta el instrumento de su fama.»
Rivadavia, en presencia del Congreso, expuso su rechazo al acuerdo preliminar de paz a través de un encendido discurso en su contra:
«Un argentino debe perecer mil veces con gloria antes de comprar su existencia con el sacrificio de su dignidad y de su honra».
La Convención Preliminar de Paz fue rechazada, el 25 de junio de 1825, tanto por el por el presidente Rivadavia cuanto por el Congreso.
Pero Rivadavia no logró salvar su gobierno: la opinión pública no le perdonaba su actuación, y simultáneamente se denunciaban en la prensa su participación en negociados mineros en Famatina. El día 26 de junio, Rivadavia presentó su renuncia irrevocable a la presidencia.
Fue elegido entonces, como gobernador de la provincia de Buenos Aires, el federal Manuel Dorrego, quien asumió el 13 de agosto de 1827. Desde el principio, éste declaró que estaba dispuesto a continuar la guerra, por lo que la conflagración prosiguió.
Las consecuencias de la fracasada Convención Preliminar de Paz firmada por García son objeto de controversia: ciertos autores creen que el antecedente de un acuerdo de estas características, aún después de rechazado, condicionó fuertemente el accionar del gobernador Manuel Dorrego para la firma de la Convención Preliminar de Paz del año 1828, por la que se disponía la independencia de la «Provincia de Montevideo, llamada hoy Cisplatina».
Otros autores, en cambio, afirman que mal puede atribuírsele a esta convenció ni a García responsabilidad con los términos del tratado final firmado por Juan Ramón Balcarce y Tomás Guido, cuando —al no haber sido ratificada por el Congreso— la Convención Preliminar no vinculó en forma alguna al Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata.