Durante el transcurso de la Guerra del Brasil, que enfrentaba a las Provincias Unidas del Río de la Plata y al Imperio del Brasil -siete días después del triunfo de las tropas argentinas del general Juan Lavalle frente a las fuerzas del general brasileño Bento Manuel Ribeiro en la batalla de Bacacay y cuatro después del triunfo del general republicano Lucio Norberto Mansilla en la batalla del Ombú, que dispersó con 350 hombres a caballo y 1800 efectivos de infantería a la caballería de Bento Ribeiro, elite de la tropa imperial
Desde mediados de febrero los ejércitos en pugna se hallaron en contacto con sus patrullas avanzadas; los republicanos, si libraban batalla en la zona del Cacequy y no resultaban vencedores, quedarían atrapados entre los bañados del río Vaccacuhy, Ibicuhy y Santa María. El único ejército con que contaba en aquellos momentos la República podía quedar fuera de combate en una sola operación. Alvear decidió avanzar hacia el Paso del Rosario o Ituzaingó, sobre el río Santa María, a fin de asegurar la retirada en la eventualidad de una derrota. En ese movimiento ofreció el flanco izquierdo vulnerable; pero Barbacena tan sólo se movió en la noche del 18-19 de febrero, aunque estaba seguro de que Alvear trataba de franquear el Santa María.
Para aligerar la marcha, Alvear abandonó el equipo, hizo incendiar los archivos y el 19 a mediodía se halló en el Paso del Rosario; el escuadrón de coraceros al mando del coronel Anacleto Medina pasó el río crecido; el general Soler ordenó al coronel Iriarte que cruzase el río con la artillería, aunque la operación era casi imposible con el enemigo encima.
Comprobó Alvear la imposibilidad de franquear el río y resolvió librar batalla y jugar todas las cartas en ella; los coraceros de Medina repasaron el Santa María y se incorporaron al ejército.
Descansaron las tropas hasta las 6 de la tarde. Alvear reunió junta de guerra y expuso su plan de contramarchar toda la noche en busca del enemigo, a fin de salir de la posición comprometida en que se hallaban y donde la derrota era segura y la retirada imposible.
Los jefes del ejército republicano estaban descontentos de la conducción del general en jefe. En el diario de la segunda división del segundo cuerpo, el coronel Brandsen escribe:
Federico de Brandsen era un militar frances que habia peleado en el ejercito de San Martín en Chile y Perú , fue incorporado en el designadó como jefe del Regimiento 1 de Caballería con el grado de teniente coronel, el 23 de enero de 1826, estando al frente de su unidad en la guerra contra el Imperio del Brasil. Su capacidad profesional hacía que su opinión tuviera mucho peso en las juntas de guerra en las que participaba. Finalmente, el 20 de febrero de 1827, en la batalla de Ituzaingó, su regimiento se enfrentó a la infantería brasileña que ocupaba una posición fortificada, protegida por un profundo zanjón. El general en jefe, Carlos María de Alvear, le ordenó atacar frontalmente, pero Brandsen le observó que era imposible obtener éxito en esas condiciones. Alvear no aceptó sus prudentes argumentos y con sus palabras tocó el amor propio del valiente jefe, quien cargó a la cabeza de sus tropas, muriendo heroicamente (de Gandía, 1962). El ataque fracasó, pero la batalla se ganó porque otros coroneles como Tomás de Iriarte, Miguel Estanislao Soler y José María Paz, enmendaron los errores del general en jefe.10 Sus restos descansan en el Cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, paradójicamente frente al mausoleo del General Alvear. Su sepultura fue declarada Monumento Histórico Nacional.
"Recibo en mi cuerpo la visita del general Mansilla, sofocado de todo cuanto ve; no puede resistir a abrirme su corazón; deplora la ignorancia del general en jefe sobre todo lo que es práctica de la ciencia militar. No sabe marchar, ni acampar, ni prever nada. Los caballos desaparecen a vista de ojo. La tropa está mal atendida. El general en jefe, a pesar de su ninguna experiencia, no consulta más que una voluntad y un capricho suyo. Confunde todas las ramas del servicio, paraliza el talento y la experiencia, y pone a cada paso en duda la existencia del ejército y del país. Estas ideas son comunes al general Soler. En mi corazón reconozco demasiado la justicia de ellos"... "Cada día la extraña conducta del general en jefe lo desacredita más en el ánimo de sus oficiales y soldados. La disciplina se sacude por la base; el mal contento es general"...
Un destacamento al mando del coronel Olazábal fue a posesionarse de las alturas que bordean el valle de Santa María; el 20 de febrero, poco después de medianoche, se puso en movimiento el ejército imperial; al aclarar el día, el marqués de Barbacena supo que el ejército republicano se encontraba al este del río Santa María y que se disponía al combate.
La lucha fue iniciada por el general Laguna con cargas sucesivas contra la caballería imperial del ala norte; sus efectos fueron tales que la infantería enemiga tuvo que detener la marcha contra la posición republicana, desde donde el quinto de cazadores y la artillería de Chilavert les causaban estragos.
Intentó el marqués de Barbacena una maniobra para desalojar a la vanguardia de Olazábal de las alturas hacerlo con que ocupaba; en el caso de tener éxito, el ejército republicano habría sido aniquilado seguramente. Alvear ordenó a Olazábal retener la posición y hacerse matar antes que abandonarla. La caballería republicana fue llegando entretanto al campo de la acción; los regimientos 1 y 2 se situaron a la izquierda del batallón número 5 y cargaron contra los batallones imperiales que avanzaban hacia la altura ocupada por Olazábal; esos regimientos republicanos se hallaban al mando de los coroneles Federico Brandsen y José María Paz; los imperiales resistieron bien el choque.
Poco después llegaron los regimientos 3 y 4 de caballería; se prolongó la línea de combate hacia el norte con el primero y se aseguró el ala y el flanco norte republicano con el segundo; el 16 de caballería y los coraceros de Medina reforzaron a los orientales.
Se produjeron momentos de vacilación en las filas imperiales; Alvear ordenó al primer cuerpo de Lavalleja que atacase a la vanguardia del brigadier Abreu y logró éxito con la cooperación del 8 de caballería. La vanguardia del barón de Cerro Largo fue dispersada y los jinetes republicanos llegaron hasta las bases de la infantería, que formó rápidamente el cuadro.
Continuó su avance la primera división imperial; Alvear ordenó al coronel Brandsen que cayese con el 1 de caballería sobre la infantería enemiga; la carga fue contenida y Brandsen fue acribillado por el fuego imperial; también fue rechazada otra embestida con el 2 de caballería a las órdenes del coronel Paz. Decidió entonces Alvear probar en la extrema izquierda lo que no había logrado en el ala derecha; allí se encontraba Juan Lavalle con el 4 de caballería y los colorados de Videla, en espera de órdenes.
Lavalle se lanzó contra la brigada ligera de Bento Gonqalvez, que fue dispersada y arrojada del campo, perseguida por la caballería republicana, que luego cambió de rumbo y atacó a la retaguardia imperial. Siguió el combate generalizado y a las dos de la tarde la situación fue ya francamente favorable a los republicanos; la caballería dominaba los flancos enemigos; el centro fue reforzado y la artillería de Iriarte llegó intacta al lugar de la lucha.
El marqués de Barbacena juzgó peligrosa la situación y procuró desprender la totalidad de sus fuerzas de infantería y retirarse hacia el este, débilmente perseguido por los republicanos.
Tal fue la batalla de Ituzaingó, sobre la cual se emitieron juicios diversos; Vicente Fidel López la compara desde el punto de vista estratégico con Chacabuco; para Adolfo Saldías es comparable a la de Maipú; el general Baldrich la considera un excelente triunfo táctico. Uno de los participantes, el entonces coronel José María Paz, en sus Memorias, asegura que allí no hubo previsión estratégica y que el éxito final fue debido más a las inspiraciones individuales del momento, para sacar provecho de los errores o debilidades del enemigo que a las disposiciones tácticas del general Alvear, pues no hubo ninguna. "Ituzaingó —dice Paz— pudiera llamarse la batalla de las desobediencias; allí todos mandábamos, todos combatimos y todos vencimos, guiados por nuestras propias inspiraciones".
Sin embargo, las órdenes dadas por Alvear a Olazábal para resistir a cualquier costo hasta que entrasen en acción todas las unidades retrasadas, fue una medida previsora que aseguró el resultado victorioso de la batalla.
Alvear fue relevado del mando del ejército de operaciones en julio de 1827, y Paz quedó interinamente al frente del mismo hasta que el 25 de diciembre asumió el mando el general Lavalleja. Hubo algunas otras acciones de menor significación: Camacuá, Potreros del Padre Filiberto, pero la actividad bélica fue eludida en lo posible por los imperiales, quedando reducida a golpes de mano contra partidas aisladas.