Pese a las victorias navales, el mayor daño que causaban los buques de guerra argentino era el de buques armados por particulares, con patente de corso. Estos recorrían la costa del Brasil en sucesivas campañas, capturando gran cantidad de buques mercantes. Posteriormente, el Emperador se quejaría a los diplomáticos argentinos de la acción de los corsarios, olvidando que en la declaración de guerra que él mismo firmara en diciembre de 1825, el primer recurso militar que había mencionado había sido, justamente, la guerra de corso.
En esas campañas se destacaron especialmente el propio general Brown ―que había lanzado una campaña de esas características entre los combates de Quilmes y de Juncal―88 el navegante italiano César Fournier, y los marinos porteños Tomás Espora y Leonardo Rosales, con naves artilladas especialmente para esa actividad.
Para la guerra de corso, los argentinos llegaron a construir dos pequeños veleros (lugres) dotados con seis cañones por cada borda, llamados respectivamente «El hijo de Mayo» y «El hijo de Julio». Estos, como los demás buques corsarios, estaban impedidos de acercarse a Buenos Aires por el bloqueo, de modo que operaban principalmente desde puertos ocultos en la bahía de Samborombón, y en Carmen de Patagones y en la cercana Bahía San Blas, en la Patagonia. Allí reparaban sus buques y desembarcaban sus presas.
Leonardo Rosales recibió el mando de la recién adquirida Goleta Río de la Plata, con la que efectuó algunos bombardeos sobre Colonia, participó del frustrado intento de captura de la Fragata Emperatriz en la bahía de Montevideo y efectuó numerosas operaciones de convoy.