En el último tiempo todos los grupos opositores —republicanos, autonomistas, católicos y hasta algunos radicales— se acercaron al gobierno, tratando de forzarlo a llevar adelante una reforma política profunda.
Al aproximarse el final de su período de gobierno, Figueroa Alcorta dijo en su mensaje al Congreso:
"Me ha correspondido la dirección superior del Estado en condiciones políticas excepcionales, cuando causas complejas y múltiples conmovían el organismo de los partidos precisamente en circunstancias en que desaparecían las influencias directivas de más acentuada ponderación política ¿el país; y en una situación tal, toda la previsión, la prudencia y la energía consagradas al propósito de organizar tendencias y conciliar aspiraciones divergentes, no han impedido el roce, a veces violento, de las agrupaciones en lucha"...
No se rompen fácilmente los intereses y hábitos de gobierno adquiridos en muchos decenios; aún en el caso de haber querido el presidente mantenerse en el nivel equidistante y recto que tuvo en su actuación en la Suprema Corte de Justicia, las fuerzas políticas oficialistas no se lo habrían permitido.
Tuvo en consecuencia la oposición de los propios y de los extraños, ”Dura e ingrata como ha sido la tarea —decía en su último mensaje—, intensificada en mil circunstancias por los ataques de apasionadas resistencias, puedo aseverar, no obstante, que no ha dejado en mi espíritu prevenciones ni acritudes para los que han extremado el ejercicio de su libertad al disentir con mi acción de gobernante".
El escrutinio de la elección presidencial dio 264 votos en favor de Roque Sáenz Peña, contra uno para el ingeniero Valentín Virasoro, dos para el doctor Indalecio Cortinez, y uno para Manuel M. de Iriondo.
El acto electoral que llevó a Roque Sáenz Peña a la presidencia de Argentina se llevó a cabo el 13 de marzo de 1910, con gran cantidad de irregularidades habituales en esa época. El nuevo presidente ni siquiera había participado de la campaña electoral: era el embajador argentino en Italia. En las elecciones participó una única lista de candidatos a electores, de los cuales diez —sobre 273— no votaron por Sáenz Peña.
Días antes de asumir la presidencia, Sáenz Peña se encontró con el presidente Figueroa Alcorta y con el líder de la oposición, Hipólito Yrigoyen. En esta última entrevista el líder radical se comprometió a abandonar la vía revolucionaria, y Sáenz Peña a promulgar una ley electoral que modernizara los comicios e impidiera el fraude electoral. Yrigoyen pidió la intervención de las provincias para impedir que sus gobernadores interfirieran con dicho proceso, Sáenz Peña se negó pero permitió que el radicalismo formara parte del gobierno.
El 12 de octubre de 1910 se hizo entrega de las insignias presidenciales al vencedor que debía suceder en el gobierno a Figueroa Alcorta.
El diario La Nación concretó el 12 de octubre su juicio sobre el gobierno que acababa de fenecer con la entrega del mando al nuevo presidente Sáenz Peña:
"Desde los tiempos de la organización nacional jamás ha pasado el país por un período semejante ni han llegado a iguales extremos los abusos del poder contra el ejercicio de las libertadas públicas. Los atentados más alevosos contra el régimen normal de las instituciones se han sucedido en una serie no interrumpida y han logrado sus propósitos con invariable impunidad. Corrientes y Córdoba formularon una notificación del poder federal a todas las provincias que, bajo los fueros de la autonomía, no aceptaban la autoridad discrecional del presidente de la República. La clausura del Congreso estableció prácticamente la subordinación absoluta del poder legislativo al poder ejecutivo, que no sólo se arrogó como cosa propia la designación de sus miembros, sino que le impuso también la más deprimente de las dependencias en todas sus deliberaciones. Los actos electorales de la capital y los indultos que les sirvieron de epílogo proclamaron el derecho del gobierno para realizar los fraudes más escandalosos, asegurando a sus agentes contra los rigores de la ley penal. Todos estos actos, para no citar sino los más descollantes, caracterizan en su verdadera faz la política que ha hecho presidente al doctor Sáenz Peña".
Roque Sáenz Peña pronunció en el acto de la asunción del mando un discurso en el que dijo:
"Vuestro esfuerzo vasto, complejo y fundamental, ha construido obra duradera y trabajado los tiempos a venir ... Extraer raíces que han penetrado profundas en el suelo, es ímproba y sudorosa labor, doblemente abnegada y generosa cuando se sabe que otra mano ha de volcar la simiente de las nuevas germinaciones en el surco que dejáis abierto. Sin disputa, es más sencillo hacer florecer la planta bajo el sol templado, sobre la tierra movida por el predecesor: pero si la República realiza el alto empeño con que vengo al gobierno, habré de mirar en el vuestro, el punto de partida, arranque y génesis de las mejores instituciones que me toca realizar. Os lo digo porque me lo exige la verdad, me lo demanda la justicia y me lo impone mi propia independencia ... Si cada día tiene su tarea, cada gobierno tiene su misión. Duros han sido los tiempos que os ha tocado presidir. Ignoro los que el destino me depare, pero aspiro a cruzarlos como vos bajo los auspicios de la paz, beneficio que recibo consagrado por vuestro gobierno".