El 11 de abril se realizó la elección de electores. Resultó triunfante la fórmula encabezada por Roca y en segundo término, como candidato a la vicepresidencia, Francisco Bernabé Madero. Se acusó a Avellaneda y al ejercito de haber impuesto la victoria de Roca. En ese clima exacer-bado se produjeron los sucesos de junio, conocidos como revolución de Tejedor.
Los colegios electorales se reunieron el 12 de junio, pero en razón de la situación anormal del país, tan sólo se reunió la asamblea el 9 de octubre para el escrutinio definitivo de las elecciones de abril. El resultado fue el siguiente: la representación comprendía 228 electores y votaron 225, haciéndolo 155 por Roca y 70 por Tejedor; por este último lo hicieron la provincia de Buenos Aires y la de Corrientes; por el vicepresidente Francisco B. Madero votaron 151 electores, contra 70 por Saturnino M. Laspiur.
Roca asumió el mando sin ninguna ostentación, el 12 de octubre, en una ceremonia sencilla. Dijo en esa ocasión:
"No vengo inconscientemente al poder. Bien sé que el camino que empiezo a recorrer desde este día está sembrado de escollos para el que tiene el sentimiento de las responsabilidades que este elevado cargo lleva consigo en los pueblos libres, ni me tomarán de nuevo las amargas horas de prueba que esperan al que se halla resuelto al cumplimiento rígido del deber. Pero vosotros lo sabéis: no estaba en mi mano detener la corriente de opinión que, sin pretenderlo yo, me ha conducido a este termino de la contienda electoral, que ha servido de pretexto para manchar con sangre una vez más el suelo de la patria. Y tuvo palabras de positiva advertencia para los propensos a levantamientos y subversiones: "Necesitamos paz duradera, orden estable y libertad permanente; y a este respecto lo declaro bien alto desde este elevado asiento para que me oiga la República entera: emplearé todos los resortes y facultades que la Constitución ha puesto en manos del P. E. para evitar, sofocar y reprimir cualquiera tentativa contra la paz pública. En cualquier parte del territorio de la República en que se levante un brazo fratricida, o en que estalle un movimiento subversivo contra una autoridad constituida, allí estará todo el poder de la Nación para reprimirlo".
El vicepresidente Francisco Bernabé Madero había nacido en Buenos Aires el 14 de octubre de 1816; había conocido el destierro por haber sido uno de los iniciadores de la revolución de los hacendados del sur en 1839 contra Rosas; acompaño luego a Lavalle en su campaña libertadora, y al general Paz en sus tentativas ulteriores de lucha contra la dictadura. Regresó al país después de Caseros, y fue ministro de hacienda de la provincia de Buenos Aires, diputado y senador provincial, etc. Falleció en 1893, después de cumplir su período constitucional.
Y llevó la atención sobre las perspectivas del país:
"El que haya seguido con atención la marcha de este la podido notar, como vosotros lo sabéis, la profunda evolución económica, social y política que el camino de hierro y el telégrafo operan a medida que penetran e interior. Con estos agentes poderosos de la civilización se ha afianzado la unidad nacional, se ha vencido y terminado el espíritu de montonera y se ha hecho pos la solución de problemas que parecían insolubles, por menos al presente. Provincias ricas solo esperan la llegada del ferrocarril para centuplicar sus fuerzas productoras con la facilidad que les ofrezca el traer a mercados y puertos del litoral sus variados y óptimos frutos, que comprenden todos los reinos de la naturaleza”
Y terminó así:
"Intenciones sinceras; voluntad firme para defender las atribuciones del poder ejecutivo nacional y hacer cumplir estrictamente nuestras leyes; mucha desconfianza en mis propias fuerzas; fe profunda en la grandeza futura de la República; un espíritu tolerante para todas las opiniones, siempre que no sean revolucionarias, y olvido completo de las heridas que se hacen y reciben en las luchas electorales; tal es el caudal propio que traigo a la primera magistratura de mi país".
Para congraciar al presidente provinciano con la sociedad porteña, Diego de Alvear ofreció un baile en su homenaje. El comandante de fronteras trató de borrar la impresión que podía haber suscitado su acción militar y presentó a los círculos sociales como "una especie archiduque austríaco", según la caracterización de J. Alberdi.
También fue un hábil recurso la invitación a fray Mamerto Esquiú para que pronunciase en el tedéum de iglesia metropolitana su oración sobre la nueva capital.