Para el 12 de abril de 1874 se fijó la fecha dc las elecciones presidenciales, la agitación comenzó ya en 1873.
Aparecieron en escena cinco candidatos a la sucesión: Bartolomé Mitre, Adolfo Alsina, Carlos Tejedor, Manuel Quintana y Nicolás Avellaneda.
Carlos Tejedor, era casi desconocido en las provincias, desapareció pronto como candidato, lo mismo que Manuel Quintana, aunque éste se había distinguido por su oposición a Sarmiento y su oratoria ceñida y elegante, pero no tenía un partido que lo sostuviese. Quedaban en pie tres de los candidatos posibles con perspectivas: Mitre, Alsina y Avellaneda. Los dos primeros fueron proclamados entre abril y mayo; Avellaneda lo fue más tarde, pues ocupaba la cartera de instrucción pública.
Mitre tenía detrás un partido importante, simpatías en varias provincias, como en Santiago del Estero. Había sido gobernador de la provincia de Buenos Aires, presidente de la República, senador nacional; escribió libros como la Historia de Belgrano y contaba con un diario propio, La Nación; disfrutaba de popularidad y era respetado por su altura moral e intelectual; había salvado al país de un posible conflicto con el Brasil.
Alsina era muy popular como demagogo, un perfecto caudillo civil. Sarmiento no lo quería, y tampoco se mostraba entusiasmado con la Candidatura de Mitre. Quedaba pues la figura de su ministro de instrucción pública, Nicolás Avellaneda, gran orador, de voz armoniosa y pensamiento definido.
Se le acusó ampliamente de haber interpuesto su influencia oficial y las armas del ejército para favorecer a Avellaneda.
La lucha periodística previa al acto electoral fue violenta; La Nación de Mitre atacó sin tregua a Alsina y a Avellaneda; La Pampa, defensora de Avellaneda, atacó a Mitre y a Alsina; La Tribuna apoyó a Avellaneda.
Al comienzo en esa polémica se respetó a Sarmiento, pero no pudo ser considerado prescindente cuando se vio lo ocurrido a Santiago Baibiene en Corrientes, y el comportamiento del general Arredondo en Mendoza, que fue destituido después por prohijar la candidatura de Manuel Quintana.
En el Senado, un grupo sobresaliente de senadores, Nicasio Oroño, Juan E. Torrent, Manuel Quintana acusan a Sarmiento de parcialidad y de mover los recursos del poder en favor del candidato de su predilección; le acusan de ser un gobierno electoral.
Sarmiento como gobernador de San Juan garantizó la libertad de emisión del voto y se jactaba de haber llevado a las urnas 5.000 ciudadanos sobre 6.800 inscriptos. Siendo presidente de la República, propició el voto uninominal, pero el Congreso lo encarpetó; también solicitó el parlamento la sustitución de la lista completa por la de circunscripciones y distritos y propició asimismo el voto secreto. El Congreso se abocó al asunto y la comisión de negocios constitucionales se pronunció favorable al voto secreto y el asunto se debatió ampliamente en la prensa; los diarios más caracterizados apoyaron la reforma electoral. Pero la Cámara de diputados, después de tres sesiones, rechazó la iniciativa y se mantuvo la lista completa, que sofocaba toda oposición, y el voto público, que amparaba el fraude.
Sarmiento volvió a insistir en 1876 en el Senado en su proyecto de voto uninominal y siguió machacando sobre el voto secreto. Decía en 1879: "Es el único medio que se ha encontrado para quitar la ocasión de que se ejerzan las influencias oficiales o se hagan sentir sobre el elec-tor las servidumbres oficiales".
Las elecciones eran una prueba de hombría; se iba a la consulta en bandas, armados; los partidos adversarios se agredían, asaltaban las urnas y trataban de imponer por la violencia el fraude. La violencia se generalizó primero, luego entró a manifestarse el fraude, y los dos procedimientos se mantuvieron. Por ejemplo, en ocasión de las elecciones de diputados de 1874, triunfaron en Buenos Aires los autonomistas o alsinistas; entre sus candidatos figuraban el arzobispo Aneiros, Bernardo de Irigoyen, Carlos Pellegrini; pero el triunfo no se debió a esa y a otras personalidades importantes, sino al fraude.
En Balvanera se luchó entre alsinistas y mitristas media hora; la peor parte la sacaron los alsinistas. No se dudaba de que en unas elecciones libres, sin violencias ni fraudes, los partidarios de Mitre, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, tenían el triunfo seguro. En las provincias las autoridades militares y civiles impusieron el candidato preferido por el presidente. Desde la escisión del partido liberal a raíz del apoyo dado por Mitre al proyecto de ley por el que se federalizaba la provincia de Buenos Aires, los nacionalistas o mitristas y los autonomistas o alsinistas chocaron en la lucha por el gobierno de la provincia y esa coexistencia de los poderes provincial y nacional en Buenos Aires acarreó conflictos que culminaron en la revolución de Tejedor en 1880.
Adolfo Alsina triunfó en 1866 en las elecciones y asumió el gobierno provincial; le sucedió Emilio Castro y en 1872 triunfaron nuevamente los autonomistas, que llevaron al poder a Mariano Acosta; en febrero de 1874 volvieron a imponerse los alsinistas; aunque los mitristas se atribuyeron el triunfo, acusando a sus adversarios de falsificar los registros electorales y del empleo de la violencia. Pero lo que colmó la paciencia de los mitristas fue el resultado de las elecciones para la renovación presidencial el 12 de abril de 1874.
Mariano Acosta hizo un gobierno progresista en su provincia y triunfó, sostenido por los autonomistas, contra el candidato del partido nacionalista, Eduardo Costa. Entre sus iniciativas merecen citarse la escuela de artes mecánicas en los talleres del Ferrocarril Oeste, la escuela de agricultura de Santa Catalina (diciembre de 1872), el Instituto comercial e industrial; fundo escuelas y bibliotecas populares, construyó templos y edificios públicos en los pueblos, subvencionó escuelas en las reducciones de indios de Azul y Olavarria; creó en Buenos Aires la escuela normal de maestros y la primera escuela de música y declamación; fundó el pueblo de Balcarce, dio impulso a 'los ferrocarriles, aprobando la prolongación de la línea del sur hasta Dolores y los ramales de Altamirano a Azul y de Lomas de Zamora a Monte, pasando por Cañuelas; inició la construcción del departamento de policía, la de la Penitenciaría y la de la Cárcel de San Nicolás. Este gobierno abolió el pase de un punto a otro de la campaña, que sólo creaba dificultades al gaucho pobre.
La situación interna de las provincias era opresiva para los ciudadanos. En Santa Fe fueron suspendidas las reuniones públicas; en La Rioja, el general Ivanowsky, interventor y jefe de las fuerzas, impuso la ley militar y prohibió reunirse más de tres personas; en Jujuy se apoderaron del gobierno los partidarios de Avellaneda, al frente de los cuales actuó el comandante Napoleón Uriburu, jefe dc las fuerzas nacionales; en Mendoza se vivía una especie de dictadura; en Buenos Aires la policía provincial y el ejercito nacional hacían ostentación de su poderío. La Nación escribe en marzo: "El gobierno nacional, con la convincente elocuencia de los hechos, ha demostrado a los gobiernos de provincia que, bajo pena de destitución, tienen que estar por la candidatura oficial. El que tenga otro candidato, el que no se apreste a trabajar por el candidato oficial, puede despedirse del gobierno. O lo voltean las revoluciones interiores y el gobierno nacional no lo repone, o lo voltean las revoluciones hechas por los mismos jefes nacionales".
Los mitristas, antes aún de ser proclamado el triunfo de Avellaneda, habían advertido que ése gobierno sería un gobierno de hecho, no de derecho.