Las elecciones que fueron muy tranquilas, se realizaron el 12 de abril de 1868, pasando luego a obtener los votos de los electores triunfantes en las elecciones de primer grado. Por entonces no había una verdadera disciplina partidaria, los electores no se sentían obligados a respetar las decisiones de las agrupaciones políticas que los habían sostenido y a las que decían representar, ni los compromisos electorales contraídos.
Las elecciones no se distinguieron por la espontaneidad del electorado, pues el general Arredondo encauzó dos revoluciones para sostener a Sarmiento, y Mitre tuvo que procesarlo y destituirlo, y Alsina supo imponer en las urnas la voluntad de los adeptos.
En la mayoría de los casos se trataba de vecinos respetables, sin filiación política definida, para los cuales era lo mismo actuar en una agrupación o en otra. Por todas esas causas los electores, una vez elegidos, actuaban libremente, y sobre ellos se ejercía una extraordinaria presión en vísperas de efectuarse las elecciones de segundo grado, pues se solicitaban sus votos para las combinaciones proyectadas, algunas de ellas muy raras.
Después de las elecciones de abril, la actividad más intensa consistió en combinar a las fuerzas políticas que existían en el país, cada una de las cuales contaba con algunos electores. Esas fuerzas eran el autonomismo porteño, el liberalismo de Buenos Aires, el liberalismo del Interior del país, el liberalismo norteño y el federalismo provinciano, siendo sus figuras más representativas las ya mencionadas.
Con los días fueron apareciendo una serie de fórmulas como la de Elizalde-Taboada, que reuniría todos los votos conquistados por los liberales de Buenos Aires y del norte del país . Urquiza-Elizalde o Urquiza-Taboada, para combinar las fuerzas del federalismo del litoral y del liberalismo porteño y del norte, o parte de éste. Otra fórmula fue integrada por Urquiza y Adolfo Alsina, combinación de las fuerzas del federalismo y el autonomismo, provocó sorpresa, revuelo y estupor. Otra de la formulas fue Sarmiento y Adolfo Alsina, combinando así a las fuerzas del autonomismo y el liberalismo del Interior, fue otra de las fórmulas. Alsina, ya desde hacía tiempo, y haciendo gala de su experiencia política, había resignado su aspiración de ocupar el primer término y admitió ser consagrado presidente de la República en otra oportunidad.
El 12 de junio se reunieron los Colegios de Electores, los de Buenos Aires y Jujuy -salvo algunos votos sueltos-, así como los de San Luis, Mendoza; San Juan y La Rioja, votaron por la fórmula Sarmiento-Adolfo Alsina. Los de Entre Ríos y Salta por el binomio Urquiza-Adolfo Alsina. Los de Catamarca y Santiago del Estero por los candidatos Elizalde-Paunero. El de Córdoba consagró los nombres de Sarmiento y Paunero. El de Santa Fe -excepto un voto- dio el triunfo a la fórmula Urquiza-Paunero, combinación totalmente imprevista. En Corrientes, provincia que favorecía a Urquiza, no hubo elección, pues se hallaba perturbada por una grave crisis política interna. El colegio electoral de Tucumán -10 miembros- votó por la fórmula Elizalde-Paunero, pero las actas llegaron al Congreso nacional después de practicarse el escrutinio, de modo que esos votos no fueron computados. Rawson y Vélez Sarsfield obtuvieron algunos sufragios para Presidente de la Nación en el Colegio Electoral de Buenos Aires, en el cual Ocampo y Francisco de las Carreras reunieron también unos pocos votos para Vicepresidente. Alberdi consiguió alguno en Santa Fe para Vicepresidente; dos electores de La Rioja y uno de Jujuy no sufragaron. La opinión pública comentó muy largamente esos resultados sobre todo porque la falta de elecciones de Corrientes y de las actas del Colegio Electoral de Tucumán, dio tema para opinar sobre la cantidad de votos que debían computarse a fin de establecer la mayoría absoluta exigida por la Constitución Nacional para proclamar al vencedor.
Las ideas al respecto se dividieron entre los que opinaron que debía computarse la totalidad de los electores que debieron elegirse y los que consideraron que tenían que computarse solamente los votos emitidos en los Colegios Electorales y comunicados al Congreso Nacional.
La discusión pública sobre esa cuestión tenía notable interés e importancia porque la mayoría absoluta variaría según se aplicara uno u otro de esos criterios. Finalmente, el problema quedó resuelto antes de la reunión del Congreso Nacional para efectuar el escrutinio definitivo, por las dos cámaras legislativas que discutieron y aprobaron una extensa Reglamentación de dicho acto en carácter permanente, para ésa y las siguientes ocasiones. En su texto se estableció que el Congreso Nacional fijaría en cada caso la mayoría absoluta calculándola sobre el total de los sufragios emitidos y válidos y no sobre el total de los electores que debieron elegirse o que debieron votar. Por otra parte se hacía uso de la prerrogativa contemplada en la ley 75 / 63.
Mientras tanto, Sarmiento arregló sus papeles para regresar al Plata. Pero faltaba algo, él sabía más que nadie el valor que, en la convivencia humana tenían las apariencias. A su prestigio de hombre público, afianzado por treinta años de escribir en la prensa y actuar en diversos escenarios, quería unir un título que le diera más autoridad, tal, por ejemplo, un título universitario de los célebres establecimientos educacionales americanos.
“En los colegios aquí cumplimentan a algunos con el grado de Doctor [...]” le decía a su amiga Mary Mann en carta del 6 de abril de 1868. Si alguien “me hiciera un cumplido tal en leyes [...] no se imagina usted qué efecto produciría en mi país, donde se tiene en mucho todo lo de los Estados Unidos [...] Este título honorario, por venir de una universidad tan renombrada, acabaría por romper el arma de mis opositores; pues allá valdría más que el de ellos, mostrando que aquí soy tenido en algo por los hombres notables [...]”
Aparentemente su amiga supo hacer algo en ese sentido: el 24 de junio Sarmiento tuvo la satisfacción de recibir de la Universidad de Michigan, el título de Doctor en Leyes Honoris Causa. El 8 de julio comunicó al Secretario de Estado, Mr. Seward, que había resuelto retornar a su país y que mientras se nombre un nuevo Ministro, quedaría encargado de la Legación, el Secretario de la misma, Don Bartolomé Mitre y Vedia. El 23, torturado por las incógnitas de los comicios, se embarcaba en el “Merrimac”.
El 10 de agosto Sarmiento se encontraba ya próximo a Pernambuco, en ese día reflexionaba anotando en su dedicado a Aurelia Vélez
(“Un viaje de Nueva York a Buenos Aires de 23 de julio al 29 de agosto de 1868”): “Día 10 – Nada ocurre [...] Cada uno me da el parabien sobre las noticias traídas por el vapor, dando por seguro mi nombramiento.”
Mientras Sarmiento empleaba sus días navegando para retornar al país, el panorama electoral se aclaraba: el 16 de agosto se reunió el Congreso Nacional y estableció que los sufragios a computar eran 131 y la mayoría absoluta alcanzaba a 66. Revisadas las actas resultó
Sarmiento reunió 79 votos para Presidente de la Nación, Urquiza: 26, Elizalde: 22, Rawson: 3, y 1 Vélez Sarsfield. Adolfo Alsina sumó 82 para Vicepresidente, Paunero: 45, Ocampo: 2, y 1 Alberdi y de las Carreras. El Congreso de la Nación proclamó la fórmula Sarmiento-Adolfo Alsina, triunfó así el candidato que no contaba con las totales simpatías del Presidente de la República y que venció por la prescindencia oficial. Este gesto de Mitre fue un galardón más para su figura moral.
Cuando a mediados de agosto el vapor en que viajaba Sarmiento se detuvo en Bahía, recibió la más hermosa de las sorpresas: En su Diario anotó:
“Día 17-[...] A bordo me aguarda el almirante de la escuadra norteamericana, que me cumplimenta por mi nombramiento, y cuando pasa el “Merrimac” delante del “Guerrior”, fragata de guerra, la gente que está en las vergas, la música entona Hail Columbia, el oid mortales yanquee y veintiún cañonazos me desean feliz viaje. Es, pues, en estas latitudes, hecho consumado, incuestionable, reconocido por todas las naciones que soy presidente de la República Argentina.”
La Asamblea Legislativa acababa de proclamarlo Presidente. En Río de Janeiro se entrevistó con el Emperador Pedro II y en la capital brasileña se embarcó en el buque francés "Aunis" rumbo al Río de la Plata. A su paso por Montevideo fueron a esperarlo Mansilla y el General Arredondo, el primero “para enterarlo de todos los incidentes del drama electoral”.
Llegó a Buenos Aires el 30 de agosto en medio del júbilo de sus partidarios. Mansilla, Coronel con 37 años, tenía con relación a Sarmiento grandes esperanzas: confiaba en reincorporarse al Ejército de manera brillante o iniciarse en la vida política con nuevos ascensos o un ministerio estaba en sus miras.
Desafortunadamente tales expectativas no se concretaron. Augusto Belin Sarmiento refería que una noche, mientras el Presidente electo preparaba el discurso de recepción, sonaron fuertes aldabonazos en la puerta de su casa y salió Sarmiento al balcón con una palmatoria en la mano.
Mansilla iba a proponerle una combinación ministerial. Sarmiento le dijo que se había encerrado a trabajar, que no tenía siquiera la llave de la puerta de calle; y alcanzándole una cuerda, le pidió que atara a ella la lista de marras.
Sarmiento procedió a leerla a la luz de un candil, algunos nombres no le disgustaron pero cuando llegó al mismo Mansilla que se proponía en Guerra y Marina exclamó:
“¡Usted ministro! Hombre, necesitaré un ministerio muy sesudo para morigerarme a mí mismo. Nos tildan de locos; a usted menos que a mí, tal vez, por no haber adquirido méritos para ello todavía. Juntos seremos inaguantables [...]”
A Mansilla sin duda le afectó el gesto de Sarmiento y años después escribió estas palabras: “Él amaba la civilización y era bárbaro en sus polémicas de sectario intransigente. Él amaba la educación y era inculto, a pesar de sus viajes, de su roce con las gentes, conservando siempre y en todo, la aspereza de las breñas sanjuaninas, de donde salió. Sus lecturas parecen que hubieran sido muchas; nada de eso. Sarmiento sólo era un adivino de epígrafes, un sonámbulo lúcido, de soluciones finales, así se explica su “Argirópolis”. Escribía lo mismo que pensaba y que leía, “a bâtons rompus” [...] sin ser estilista tenía un estilo personalísimo.”
Cuando Sarmiento le escribió para obtener algún dato más sobre su hijo, en oportunidad en que redactaba por segunda vez “La vida de Dominguito”, porque la primera versión la extravió entre su desorden de papeles y luego la halló su nieto, Mansilla en carta del 9 de junio de 1886, contestó con reparos para no “infringir la regla de conducta que me acabo de referir”. Y también con ciertas generalidades y hasta inexactitudes aunque con alabanzas para Dominguito.Sarmiento la incluyó en el libro.