Nació en Buenos Aires, en aquel entonces capital del Virreinato del Río de La Plata, el 17 de agosto de 1808. Su padre, natural de Albistur, y su madre oriunda de Segura, pertenecían a dos familias guipuzcoanas de vieja estirpe vasca. Desde temprana edad fue alumno de su tío, el Presbítero José Antonio Picasarri (Segura 1769 – Buenos Aires 1843), quien, obligado a abandonar el país por su fidelidad a la corona durante las guerras por la independencia argentina, lo llevó a Europa. Entre 1818 y 1822 visitan Euskadi, Madrid, París, Roma, Nápoles y Viena, estudiando contrapunto con acreditados maestros.
Gracias a la Ley de Amnistía impartida a los opositores de la Revolución de Mayo por el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, general Martín Rodríguez, la familia Esnaola-Picasarri pudo regresar a la Argentina el 29 de junio de 1822.
Cuando regresaron a Buenos Aires tío y sobrino establecieron una Academia de Música donde dieron a conocer en América del Sur la producción de los contemporáneos Dussek, Rossini y Paër, entre otros.
Su precocidad como pianista y cantante no le impide emprender, a los 16 años, la composición de sus propias obras para la liturgia como misas, réquiem, salmos, lamentaciones, himnos, motetes. En 1833 comienza a poner en música poemas de sus contemporáneos como Vicente López, Juan Cruz Varela y Esteban Echeverría dando nacimiento a la canción de cámara argentina.
Esnaola se destacó por su actividad en el terreno de la música , pero también fue funcionario. público actuando como Director del Batallón de Serenos (1842) y de la Casa de la Moneda, Juez de Paz de la parroquia de la Catedral al Norte (1852), Presidente del Club del Progreso (1858) y del Banco de la Provincia (1866) , estas actividades no llegaron a eclipsar al sus dotes de compositor, intérprete, pedagogo y organizador de sociedades especializadas.
Su musica
A Esnaola le tocó vivir en tiempos en los que los músicos no pasaban de ser meros aficionados. Su ámbito era el de la iglesia, para apoyar a la liturgia, o el de la tertulia, para fomentar el sano esparcimiento.
Los géneros en boga fueron los de la música de salón y la canción. La primera estaba concebida para la danza, según el más estricto dictamen de la moda: de pareja suelta (minué, cuadrillas, gavota, etc.) hasta 1840; de pareja tomada independiente (polca, vals, mazurca, etc.) durante la segunda mitad del siglo XIX.
Entre ellas, las de Esnaola fueron de las más exitosas de la época. La canción, por su parte, oscilaba entre los aires locales, las melodías españolas o las de estilo italianizante. Esnaola hizo su incursión en el rubro canzonetta, con páginas tales como La primavera (ca. 1841), con texto en italiano:
También era frecuente que en los salones se ejecutaran trozos instrumentales compuestos o transcriptos para clave, piano, arpa, violín, flauta o guitarra, y música de cámara.
Parece que en la Argentina naciente no había nada más seductor que oír cuando una porteña le decía a otra: “este cielito me lleva el alma”. O bailar una contradanza española, por permitirle a los hombres
“oprimir en sus brazos, alternativamente, a todas esas bonitas mujeres y hasta hacerles declaraciones sin que se ofendan en lo más mínimo: a lo más, dirán ingenuamente: ¡tiene dueño!” (Gesualdo, Vicente: Historia de la Música en la Argentina. Bs. As., Beta, 1961).
Pero al margen del candor de los salones, el país se debatía en luchas políticas tendientes a la organización de la República. Hecho que se reflejaba en expresiones musicales como la Canción Federal (1843) que compuso Esnaola con texto de Bernardo de Irigoyen:
Amigo de Juan Manuel de Rosas y de la hija de este, Manuelita, Juan Pedro Esnaola transitó durante sus casi setenta años de vida sin que los embates políticos le hicieran mella.
Aun después de Caseros, su vigencia se mantuvo incólume hasta el punto de merecer la responsabilidad de normalizar la versión oficial del Himno Nacional de Parera. Esta tarea le fue encomendada en 1859 por Francisco Faramiñán, con el fin de uniformar las ejecuciones realizadas por las distintas bandas militares y poner límite a las “Grandes Variaciones” que, de acuerdo al gusto generalizado, realizaban los virtuosos nativos y extranjeros.
Con la muerte de Esnaola, ocurrida en Buenos Aires el 8 de julio de 1878, se cerró un capítulo de la historia de la música del país. Según la Gaceta Musical, la del “primero de nuestros compositores, el más renombrado de los músicos argentinos”.