El Congreso constituyente de Santa Fe

El Congreso constituyente de Santa Fe tardó cinco meses y quince días en el cumplimiento de su cometido; la Convención provincial bonaerense, para expedirse sobre las reformas, tardó cuatro meses y siete días. A la primera sesión ordinaria, el 6 de febrero, asistieron 59 convencionales; a la segunda, el 24 de abril, no concurrió más que una pequeña minoría. El gobierno de Llavallol, con su ministro Tejedor, se quejó a la convención por la morosidad y por la inclinación a prolongar su existencia.


Para la redacción de un proyecto de reformas se designó una comisión especial integrada por Bartolomé Mitre, Dalmacio Vélez Sarsfield, José Mármol, Antonio Cruz Obligado y Domingo Faustino Sarmiento.
Antes de terminar su mandato, el gobierno provisorio de Buenos Aires envió un mensaje a la legislatura en el que se hacen reproches por la tardanza de la convención en expedirse; aludía a los vicios electorales así:

"Ni cuando el pueblo se agita en bandos, ni cuando uno de éstos trabaja solo, la elección puede decirse la expresión genuina del pueblo. Las mesas electorales, formadas en la lucha misma, sin censo, sin leyes que determinen sus atribuciones y castiguen sus faltas, son máquinas de fabricación de votos para vencer en ciertos casos con el partido a que pertenecen; en otros, para cubrir la indiferencia general; y más de una vez no son los vivos, sino los muertos los que han hecho la elección. Los fanáticos políticos pueden felicitarse de presenciar estos espectáculos, de no contar un solo voto de oposición en las urnas electorales ni en las asambleas deliberantes. El hombre serio ve más bien un abuso deplorable de las pasiones de partido"...

Y deploraba el tiempo perdido:

"El gobierno provisorio concluye su misión sin dejar consumado el pacto del 11 de noviembre. La Convención ha prolongado su existencia más allá de toda esperanza, y contribuido con este solo hecho a mantener vivas las pasiones que han impedido incesantemente la paz. Habíamos ensayado hasta aquí todos los demás medios, las constituciones generales, los tratados aduaneros, la guerra misma. La Convención era la última tabla de salvación de la unidad de la República, y parece que se fuera también". . .

Felipe Llavallol

El gobierno de Buenos Aires a cargo del gobernador interino Felipe Llavallol, con su ministro Carlos Tejedor, se quejó a la convención por la morosidad y por la inclinación a prolongar su existencia.

Los hombres de Buenos Aires, porteños y provincianos contagiados de porteñismo o de antiurquisismo, llevaron a la Convención provincial el lenguaje ardiente de sus pasiones. Sarmiento habló despectivamente de la Constitución de 1853, que "no había nacido de la libertad, que no fue examinada por los pueblos, que fue mandada obedecer desde un campamento, en el cuartel general de un ejército". Y agregaba: "Es sabido que Buenos Aires, por error, si se quiere, o por cualquier otra causa, mira con antipatía esa Constitución, que le tiene prevención y que jamás la unión de los pueblos puede hacerse sólidamente cuando existen esas preocupaciones".

Se tomó por la mayoría de los convencionales como modelo superior la Constitución de los Estados Unidos, pero especialmente por Sarmiento, entusiasta y apasionado de lo que había visto en aquel país; importaba no rendir ningún homenaje a la influencia de las Bases de Alberdi, retaceando su gravitación.

En el informe de la comisión redactora de los proyectos de reformas, tan pronto se dice que son las costumbres las que determinan el contenido de una Constitución, que aunque no escrita tiene toda la fuerza de la ley aceptada, y conoce que no puede organizarse una nación con teorias abstractas, como se afirma luego que no hay derecho a tocar, enmendar, mutilar las leyes de la nación que fundó las instituciones federativas; es decir, por un lado es reconocida la gravitación del derecho consuetudinario, y por otro se extrema la compresión de la nación en el molde de ciertos principios. Para algunos convencionales, todo se podía resolver traduciendo la constitución norteamericana, aunque más tarde se dice de la Constitución de 1853 que fue "vaciada en el molde de la de los Estados Unidos".

Condena los fundamentos del acuerdo de San Nicolás como un error "que tuvo por origen el prurito de elevar a la categoría de antecedentes constitucionales las páginas fugitivas de un derecho público que nunca tuvo existencia real, y que jamás representó otra cosa sino las aspira­ciones impotentes de los teorizadores del hecho consumado, que pretendían sujetar a la regla la violencia o los sofismas de los que, capitulando con su conciencia, se dejaban arrastrar por la mano del arbitrario".

La comisión redactora de las reformas no se apartó del espíritu polémico y trató de justificar la posición de Buenos Aires, dejando de lado para ello la serenidad en la apreciación de las cosas. Niega valor a los antecedentes históricos de las provincias que estuvieron representadas en Santa Fe, pero los reconoce cuando trata de los de Buenos Aires. Los miembros de la comisión redactora, que habían leído textos filosóficos y sustentaban ciertas ideas morales que daban a la razón la supremacía sobre los hechos reales, querían que la sociedad se ajustase a un molde determinado; al contrario de los constituyentes de Santa Fe, que hacían valer la influencia de las circunstancias reales por sobre cualquier modelo.

El 25 de abril de 1860 habló Vélez Sarsfield como miembro de la comisión redactora. Hay en sus palabras una velada antipatía a Alberdi y de ahí su insistencia en afirmar que la Constitución de Santa Fe era una mala copia del modelo norteamericano; pero no obstante su diatriba contra la Constitución de 1853, no opuso apenas reformas, excepto una en relación con el poder judicial a la que le obligaba su condición de abogado.

La Convención terminó sus tareas el 11 de mayo; Sarmiento cerró los debates y habló sobre el nombre que debía llevar la Nación. Vélez Sarsfield, que declaró no ser federal, sino partidario de un régimen de unidad, propuso que se llamara Provincias Unidas del Río de la Plata, y Sarmiento apoyó la propuesta.

Las reformas se aprobaron por 32 votos contra 17. En la minoría había representantes ilustres como Félix Frías, José Roque Pérez, Marcelino Ugarte, Bernardo de Irigoyen, Luis Sáenz Peña, Benito Carrasco, y votó sin discusión contra todas las reformas. Esa actitud fue explicada por Marcelino Ugarte en la sesión del 27 de abril: "Nosotros queremos callar y callaremos, porque creemos servir así mejor los intereses del país que sosteniendo un debate que sólo serviría para exaltar pasiones, en una situación en que importa sobre todo que las pasiones se callen".

Félix Frías respondió a Sarmiento, que invitó a la minoría a romper el silencio: "Los que entendemos que se debe aceptar sin enmienda la Constitución de mayo, ¿con qué objeto hemos de entrar en el debate de cada una de las reformas cuando las rechazamos todas? No es que tengamos la insensata pretensión de creer que ella sea perfecta; pero yo pienso que si hay algo que corregir en esta tierra, no son las instituciones, y no doy grande importancia al esfuerzo que se hace para perfeccionarlas". Pero aun en disidencia, la minoría firmó con la mayoría el cuadro general de reformas que se presentó a la Convención nacional ad hoc.

Después de haberse iniciado las sesiones de la Convención con hiel, la discusión se fue suavizando y terminó en la creencia de que la unión de las provincias no tenía ya nada que temer.

El poder ejecutivo de la provincia, con Mitre como gobernador, Sarmiento, Rufino de Elizalde y Gelly y Obes como ministros, todos ellos miembros de la Convención, exaltó en una nota la importancia de los trabajos realizados para "la unión y la salvación de los derechos, prerrogativas y dignidad del pueblo de las antiguas Provincias del Río de la Plata". Y decidió asistir a un tedéum solemne en acción de gracias al Todopoderoso "por el resultado feliz de los trabajos de la Convención".