Córdoba ofrecía una situación confusa; el largo período de gobierno de Manuel López, hechura de Rosas, había creado intereses y corrientes que no armonizaban con las nuevas modalidades.
Por su posición central, era una provincia propensa a recoger cualquier divergencia de las provincias del interior e influía mucho por su tradición cultural. Poco después de asumir la presidencia de la Confederación, Urquiza se dirigió a Córdoba; conferenció allí con sus hombres prominentes y con los de las provincias limítrofes que fueron a saludarle y en cuatro días venció numerosos escollos que parecían insuperables; evitó la formación de núcleos opositores, las ligas interprovinciales en gestación y no le fue necesario para ello ninguna violencia, sino simplemente la ecuanimidad.
La intervención de Urquiza sin tropas, con el sólo prestigio personal, resolvió muchos problemas pendientes e incorporó desde entonces la provincia de Córdoba a la marcha constitucional.
La época del dominio rosista en Córdoba se refleja en el contraste entre la Constitución del 5 de febrero de 1821 y la del 19 de febrero de 1847: la primera era expresión de liberalismo político, de defensa de la libertad, de limitación del poder ejecutivo, de las franquicias per-sonales y políticas que ofrece al extranjero, de la protección que asegura a la educación pública y a la libertad de prensa; de reforma en reforma se llega a la última, la de 1847, reverso de la anterior, en la que se ve condensado en un artículo el espíritu entero que la anima:
Urquiza decidió apoyarse en los gobiernos federales y proclamó la fórmula "ni vencedores ni vencídos". Envió a Bernardo de Irigoyen a entrevistarse con López, a quien aconsejó rodearse de funcionarios nuevos, para dar una imagen de cambio. Por ello, López nombró ministro a Alejo del Carmen Guzmán y delegó el gobierno en su hijo José Victorio López.
"Ningún salvaje unitario podría tener empleo alguno", y los que nombrasen subalternos "que no tuviesen la calidad de federales netos, serán responsables ante la patria".
Los años de la tiranía habían hecho desaparecer en las provincias la noción de su subordinación a un poder nacional superior, y no fue fácil misión la de establecer esos vínculos de unión, la creación de un organismo administrativo nacional que asumiera la representación de la soberanía por encima de los particularismos y provincialismos que habían llevado el timón tantos años.