Después de autorizar a Urquiza a resolver por la paz o la guerra la situación del Estado disidente, lanzo un manifiesto hacia el país desde el Congreso
El Congreso lanzó este manifiesto al país:
"Los convenios del 20 de diciembre de 1854 y del 8 de enero de 1855, tuvieron por objeto acercar cuanto antes la reunión de todos los pueblos de la Confederación por me-dios pacíficos; y si el gobierno de la provincia disidente hubiera observado fielmente esos convenios, no tendríamos tal vez que apelar hoy al medio terrible de las armas, para evitar que aquel centro de civilización y de riqueza se desprenda definitivamente de los demás pueblos argentinos ... Esperar más tiempo es exponer la antigua y gloriosa República a desaparecer como nación, convirtiéndose en pequeñas provincias enemigas entre sí y prontas a devorarse recíprocamente. Es necesario que sea una e indivisible y ya que nuestras pasadas luchas nos han arrancado tres Estados que hoy son Repúblicas independientes, cuando debían ser provincias confederadas, no consentiremos jamás, y a costa de nuestra sangre si necesario fuere, que la antigua capital del virreinato, la populosa y rica Buenos Aires, se separe de sus hermanas. . .Los sacrificios que el país va a hacer en el transcurso de esta lucha, son inmensos, pero los soportará con gusto si ellos dan por resultado la integridad de la República, tan necesaria para cumplir con la misión de civilización y de progreso a que la Providencia parecería haberla destinado. Es necesario también, para conservar el equilibrio sudamericano, tan expuesto a romperse, si en lugar de una nación poderosa, rica y expectable, se levantan facciones devoradas por la anarquía y expuestas a ser absorbidas por el espíritu de expansión, que naturalmente domina a los pueblos grandes que tienen por vecinos a pequeños Estados. El Congreso, conmovido por estos recuerdos, y animado del más puro y ardiente patriotismo, no trepida en declarar bien alto y tan solemnemente como lo hicie-ron nuestros padres, al arrancar a nuestra patria del dominio de España, que primero consentirá en que las trece provincias que hoy obedecen a la Constitución dejen de existir como Nación, que permitir la desmembración de la provincia de Buenos Aires, que ha formado y debe formar siempre parte de la Confederación".
El vicepresidente del Carril, en ejercicio de la presidencia, el mismo día que vio la luz el manifiesto del Congreso, decretó el cierre de todos los puertos y fronteras terrestres para el comercio y la correspondencia con Buenos Aires, y designó al general Urquiza jefe de las fuerzas nacionales, con facultades para movilizaras y organizarlas en la forma que creyese más conveniente. Los considerandos del decreto muestran el estado de ánimo dominante en aquellos momentos.
"Que el pronunciamiento solemne de los pueblos revela claramente un sentimiento favorable a toda medida eficaz para poner término a la situación violenta en que se encuentra la Nación, por la segregación anárquica de la provincia de Buenos Aires. Que el gobernador de esa misma provincia, rasgando el velo de sus miras siniestras, ha supuesto la declaración, por parte de la Confederación, de una guerra de hecho contra Buenos Aires, no obstante no poder citar un solo acto gubernamental en que fundar sus asertos.
Que tanto en el Mensaje del gobernador Valentín Alsina a la Cámara legislativa, como en las leyes últimamente sancionadas por ella, se formula clara y distintamente la declaración de guerra contra la Confederación Argentina.
Que en los citados actos oficiales el gobernante de Buenos Aires ha solicitado autorización para levantar fondos con que hacer la guerra y llevarla dentro y fuera del territorio de su provincia, y se le ha otorgado.
Que por la orgullosa e insolente determinación del gobierno de Buenos Aires, de no recibir comunicación alguna del gobierno nacional, toda iniciativa pacífica y fraternal se ha hecho humanamente imposible". . .
A mediados de mayo, Buenos Aires nombró al ministro de la guerra a Bartolomé Mitre, ascendido a general, comandante en jefe del ejército de operaciones. En junio, Mitre instaló su cuartel general en Pergamino y luego se trasladó a San Nicolás, lugar fijado para la concentración e instrucción de las tropas destinadas a formar el ejército de Buenos Aires.
Aprovechando el privilegio que le ofrecía la aduana, los recursos de la provincia, la mayor población, Buenos Aires no quiso oir las exhortaciones de Paraná; quería la unión nacional, pero bajo su dirección y hegemonía mientras que las provincias, que se debatían en la pobreza, con dificultades para valorizar sus productos, sintieron crecer la antigua animosidad contra la capital tradicional, que monopolizaba las operaciones de importación y exportación; se temía que se convirtiese en un Estado independiente, con el agregado de los vastos territorios australes, y se sintió la urgencia de poner fin a ese peligro por todos los medios. No se vio en esa emergencia otra salida que la de la guerra.