La batalla de Maipú repercutió moralmente de inmediato en la estrategia realista y dio un nuevo rostro a la guerra por la independencia. Los militares españoles advirtieron que tenían que vérselas con un verdadero ejército y con mandos calificados. Comenzó a expandirse la depresión y el temor, y llegó la desorientación y la inseguridad a los máximos baluartes del poderío real, poderío que todavía era muy respetable.
En el norte, el mariscal Juan Sámano conservaba las provincias occidentales de Nueva Granada y se mantenía firme en Venezuela, donde las tropas reconquistadoras del general Morillo desangraban y diezmaban a los patriotas; el virrey Joaquín de la Pezuela dominaba en el Perú y el Alto Perú y contaba con más de 20.000 soldados y con una flota que lo convertía en amo de las costas del Pacífico.
Las posibilidades de acción ofensiva y defensiva de los realistas eran todavía muy considerables; combinados los ejércitos de Nueva Granada y del Perú, contando como contaban con el dominio naval indisputado, no les habría sido muy difícil destruir a las fuerzas armadas de la revolución en uno de sus teatros más vivaces de operaciones y volverse luego sobre el otro foco beligerante.
Pero la batalla de Maipú cambió la actitud de los realistas; el virrey del Perú se mantuvo desde entonces a la defensiva y renunció a las operaciones en Chile, donde le habría. sido posible inmovilizar a los patriotas y reiniciar ofensivas como la de 1817- 1818. La pasividad en que fue mantenida la flota en los puertos le privó del dominio del mar y de la posibilidad de destruir en germen los preparativos para, la invasión del Perú, que no era ningún misterio; en cambio, dedicó esfuerzos enormes y estériles en el Alto Perú, no obstante haber comprobado durante años y años que la penetración honda en el territorio de las Provincias Unidas entrañaba un verdadero peligro de aniquilamiento.
Desde la batalla de Maipú a la invasión del Perú transcurrieron dos años de preparativos difíciles; en ese lapso, operaciones combinadas habrían podido destruir las fuerzas de Simón Bolívar en el Norte y volcar luego todo el peso de los ejércitos realistas, que sumaban 30.000 hombres, hacia el Sur, hacia Chile y finalmente, por mar y por tierra, sobre la región del Plata. Militarmente, los realistas disponían aún de un poder superior al de los patriotas tanto en efectivos humanos como en armamentos y en organización.
Con una mayor captación de la situación y un poco más de agilidad mental, los planes de San Martín, que tropezaba con tantas dificultades para llevarlos a la práctica, habrían podido ser malogrados. Felizmente para los patriotas, el virrey Pezuela se mantuvo expectante y San Martín tuvo tiempo para cumplir la segunda parte de su proyecto: el de llegar por mar al Perú y ocupar Lima, con todo lo que ese paso trascendental significaba.
La nueva fase del plan sanmartiniano requería la adquisición de naves de guerra para formar una escuadra propia y dominar el mar, a fin de asegurar el transporte de las tropas expedicionarias; había que organizar el ejército adecuado, disponer de material de guerra y de equipos para armar los nuevos contingentes que se presumía posibles en el Perú; además había que reunir elementos pecuniarios importantes para esa vasta aventura. Pero después de Maipú, cuando se disponía a cumplir la segunda etapa de su proyecto, San Martín carecía de barcos, de fuerzas organizadas, de armas y de dinero.
En busca de recursos pecuniarios, se dirigió en abril de 1818 a Buenos Aires, mientras el director supremo de Chile, Bernardo O'Higgins, se esforzaba por organizar una escuadra y pacificar la región del sur de Chile, donde todavía se mostraba activa la resistencia. San Martín había escrito a Pueyrredón:
"No dominando el mar es inútil pensar en avanzar una línea fuera de este territorio y por el contrario es preciso prepararse a una guerra dilatada que debemos desviar para no acabar de mutilar a Chile".
Después de Chacabuco, los patriotas ocuparon Valparaíso, que quedó bajo las órdenes del teniente coronel Rudecindo Alvarado; en febrero de 1816 se apoderaron del bergantín mercante español Águila, fondeado en el puerto. La nave, artillada con 16 cañones y tripulada por medio centenar de hombres, fue puesta a las órdenes del capitán irlandés Raimundo Morris, que había prestado servicios en el ejército de los Andes.
El Águila realizó un viaje a la isla de Juan Fernández y rescató a varios prisioneros, entre ellos al sargento mayor Manuel Blanco Encalada, ex oficial de la armada española, que pudo prestar servicios en Cancha Rayada y en Maipo; también capturó un transporte español, Perla, separado de un convoy que escoltaba la fragata Esmeralda, y se tiroteó con ésta.
O'Higgins comprendió, lo mismo que San Martin, el valor esencial de la escuadra y despachó emisarios a Inglaterra y a los Estados Unidos para adquirir barcos; Antonio Álvarez Condarco y Manuel Aguirre recibieron esa misión.
Con la garantía del gobierno argentino, solicitada por San Martín, fue adquirida la fragata inglesa Windham, de 800 toneladas, que llego al puerto de Valparaíso y fue armada con 44 cañones y se le dio el nombre de Lautaro, siendo designado su comandante Jorge O'Brien.
Con esa nave se intentó un abordaje a la fragata Esmeralda y al bergantín Pezuela, y O'Brien murió en la operación frustrada; en el regreso a Valparaíso fue apresado el bergantín San Miguel.
Poco después llegó la fragata Cumberland, de 1.510 toneladas y 44 cañones, adquirida en Inglaterra; se le dio el nombre de San Martín; también se incorporó a la flota del Pacífico la corbeta Coquimbo, a la que se le dio el nombre de Chacabuco, y el bergantín de guerra Colombo, de 16 cañones, procedente de New York, bautizado luego con el nombre de Pueyrredón, y que quedó al mando de su capitán, Guillermo Woorster.
Blanco Encalada fue nombrado en junio de 1818, comandante interino de la marina de guerra, con Francisco Díaz como mayor de órdenes y secretario de la comandancia. Se supo por entonces que había partido de Cádiz una expedición de once transportes protegida por la fragata María Isabel; en ese convoy navegaba el bergantín Trinidad, que se entregó a las autoridades de Buenos Aires en la ensenada de Barragán y proporcionó información valiosa que permitió a Blanco Encalada capturar la fragata María Isabel, con tres transportes, en Talcahuano. La María Isabel fue bautizada con el nombre de O'Higgins. Dos naves más se sumaron a la flota de Blanco Encalada, los bergantines Intrépido y Galvarino, enviados desde Buenos Aires. El éxito de esa primera campaña naval llenó de entusiasmo a los patriotas. San Martín escribió a O'Higgins:
"Si el año entrante es tan feliz cómo éste, los maturrangos pueden hacer su testamento".
El coronel Leopoldo R. Ornstein estudió, en su contribución a la Historia de la Academia Nacional, documentalmente, los sucesos de la campaña sanmartiniana en Perú y en este resumen seguimos su relato.