Disponían los realistas como protección en la retaguardia de un regimiento de caballería de 450 plazas al mando del coronel Tolrá; Sucre adelantó para un reconocimiento del terreno un escuadrón de dragones de Colombia y de granaderos a caballo.
Los granaderos, 96 hombres, al mando de Juan Lavalle, cruzaron la villa de Río Bamba y se situaron en la falda de un cerro al norte del caserío; desde allí vieron a corta distancia la caballería enemiga que avanzaba a su encuentro; los escuadrones realistas tuvieron que estrechar su_ frente para franquear una especie de callejón y Lavalle aprovechó ese momento para cargar sobre ellos; la sorpresa no permitió la reacción de los atacados y volvieron , grupas arrollando a las filas que les seguían y se dispersaron. Lavalle los persiguió hasta la proximidad de la infantería realista y luego regresó al trote, aunque dispuesto a dar cara si Tolrá contraatacaba; en el trayecto se le unieron 30 dragones de Colombia.
Reorganizada la caballería enemiga, se puso en seguimiento del escuadrón patriota; los granaderos siguieron retrocediendo al trote hasta alejarse de las bases de la infantería realista y luego dieron media vuelta de repente y volvieron a cargar contra los adversarios; éstos se sostuvieron esta vez más firmes; pero acabaron por huir desordenadamente dejando en el campo 92 muertos y heridos. Por esa acción, el escuadrón argentino recibió el título de "granaderos de Río Bamba".
Los efectos de esta acción fueron más de orden moral que material, aunque la caballería realista no quedó en condiciones de volver a dar frente a la de los independientes.
Continuó el repliegue de las fuerzas realistas hacia el norte al comprobar los preparativos de Sucre para atacarlas y se dirigieron al sur de Quito.
Un Escuadrón de Granaderos de los Andes, al mando del Sargento Mayor Juan Galo de Lavalle, integrante de la avanzada del Ejército del Mariscal Sucre, se encuentra de pronto, frente a tres Escuadrones de caballería Realista, fuertes cada uno de 120 hombres. Lavalle sin dudarlo desenvaina su corvo y ordena a sus 96 Granaderos a hacer los mismo. En la lejanía, Sucre observa a aquel puñado de soldados que se preparan para presentar batalla al enemigo. Piensa, y con lógica razón, que es una lástima que aquel grupo de valientes se pierda en tan loco y desigual encuentro. Sin embargo Lavalle tiene otra cosa en mente. Hace poner a sus hombres en línea y avanza hacia los enemigos que los cuadriplican. Son casi cuatro soldados realistas, por cada Granadero... Ambas fuerzas se acercan, y estando a apenas quince pasos de distancia, Lavalle manda a tocar a su trompa de órdenes, el grito de guerra de los Granaderos a Caballo... "¡A DEGÜELLO!". Los realistas, sorprendidos de la osadía de los argentinos, luego de perder a los más valientes, sableados sin piedad por los Granaderos, vuelven caras, huyendo del Campo del Honor, dejando a varios muertos y heridos tendidos en el suelo. Los persiguen implacables aquel puñado de Granaderos, que los sablean con crueldad. Cuando los soldados argentinos llegan al alcance de la fusilería realista, detienen la persecución y vuelven al tranco hacia sus líneas.