Situación militar del Perú

Después del desastre de Maipú, Pezuela se sintió inseguro y su lentitud para afrontar los problemas del momento le llevó a debilitar su poder militar.

El territorio

El virreinato del Peú se extendía desde la provincia de Guayaquil hasta el Desaguadero, en el límite meridional del Alto Perú. Sus costas abarcaban 2.000 km. La cordillera de los Andes corría de noroeste a sureste en un doble cordón montañoso, con una zona costera al occidente, un valle central entre los cordones de montañas y una llanura oriental boscosa hasta las regiones amazónicas. La franja costera tenía unos 100 km de anchura y estaba surcada por numerosos ríos de la vertiente del Pacífico; zona árida y poco salubre; la región productiva y sana era la meseta central; la parte oriental estaba muy escasamente poblada.


Sublevaciones.

En el territorio del virreinato del Perú, en mayor proporción que en ninguna otra zona del continente americano, se manifestó el espíritu de insurrección y de independencia, comenzando por los propios conquistadores; Gonzalo Pizarro llegó hasta el punto de quemar el estandarte real; siguieron las sublevaciones de Apu Inca en 1743, la del Inca Felipe en 1750, la de Túpac Amaru en 1780, la de Aguilar y Ubalde en 1805, las conspiraciones de Unanue en 1808, la de Pardo en 1809.

Comprendía zonas mineras muy ricas y fue objeto de explotación intensa en todo el período colonial, lo cual dio vida y prosperidad a numerosos individuos que acumularon grandes fortunas y formaron siempre el partido realista. Lima fue uno de los más importantes centros de la aristocracia colonial. La revolución de la independencia que se produjo en tantas regiones del continente, halló al Perú sumido en la vida patriarcal colonial, bajo el dominio del virrey Abascal, que malogró la victoria de los primeros ejércitos independientes en Chile y Alto Perú desde 1810 a 1815. Las fuerzas represivas manejadas desde Lima sofocaron toda rebelión, como la de Tacna y Huamanga en 1811, la de Huánuco en 1812, las de Tacna y Arequipa en 1813, la de Pumacahua en 1814, vencida definitivamente en Huarochiri en 1815.

Bajo la influencia de Abascal se formó una corriente americana realista y los efectivos militares fueron constantemente acrecentados con naturales del país; desde ese ángulo la guerra de la independencia tuvo mucho de guerra civil contra los núcleos coloniales rebeldes. 

La Península reforzó sus cuadros militares y dispuso de fuerzas suficientes para poner trabas a los movimientos revolucionarios. Perú fue la ciudadela de la resistencia realista y San Martín lo comprendió pronto y fue para él como un axioma que no terminaría la guerra de la independencia sin la conquista de Lima.

En 1816 Abascal fue reemplazado por el general Joaquín de la Pezuela, que no tenía las condiciones militares de aquél y perdió las posiciones ventajosas logradas en Chile y el Alto Perú. El partido realista con que contaba Abascal, y que comprendía a españoles y a criollos, no fue mantenido con el mismo vigor por el nuevo virrey y comenzó a descomponerse, minado por la guerra de zapa de San Martín a través de su red de agentes secretos.

Debilitamiento del partido realista

Después del desastre de Maipú, Pezuela se sintió inseguro y su lentitud para afrontar los problemas del momento le llevó a debilitar su poder militar.

En vísperas de la invasión desde Chile, la victoria de Bolívar en Boyacá, agosto de 1819, hizo bajar el nivel de la moral, como también la sublevación de enero de 1820 en España misma. Después de Boyacá, las fuerzas de Morillo fueron arrojadas a los llanos venezolanos; Bolívar fundó la República de Colombia y aisló a los núcleos españoles de Quito y de Perú; se presentaba como posible la cooperación de los ejércitos de la independencia del norte y del sur y su convergencia en Perú, el último centro fuerte de la resistencia. Entre los dos focos de acción de los patriotas se habían establecido contactos en ese sentido. Poco antes de la expedición de San Martín, O'Higgins recibió un oficio de Bolívar en que éste le anunciaba su avance con el ejército de Colombia en dirección a Quito, con el plan de cooperar con las fuerzas de Chile y Buenos Aires en la obra común.

La revolución liberal y constitucionalista de España en 1820 repercutió entre los realistas de América, peninsulares y americanos, y relajó su disciplina y su moral internas; Pezuela tuvo que proceder a cambios en los mandos, algunos de los cuales no se resignaban a perder su apego al absolutismo; por otra parte, la nueva política que se recomendaba desde la península aconsejaba ir poniendo término a la guerra por vías de conciliación; con tal propósito el nuevo gabinete de Fernando VII hizo llegar instrucciones a las autoridades virreinales, a fin de que se entendiesen directamente con los jefes disidentes y les incitasen a una transacción sobre la base del reconocimiento de la monarquía bajo el nuevo orden constitucional liberal. El cambio era demasiado tardío; diez años de lucha enconada habían costado mucha sangre a los pueblos de América para pasarlos por alto y darlos por no acontecidos.

Las proclamas de San Martín y O'Higgins y la presencia de la escuadra chilena en el Pacífico con sus correrías audaces, dieron ánimo a los patriotas peruanos y la autoridad del virrey fue disminuyendo en la misma medida en que crecía el partido de la independencia. Pezuela se esforzó por buscar soluciones y artificios para sortear las dificultades que se avecinaban. Cuando resolvió enviar comisionados a tratar con el gobierno de Chile para buscar un arreglo y daba orden de negociar con las Provincias Unidas para suspender las hostilidades en el Alto Perú, llegó a las playas peruanas la invasión chileno-argentina.



Efectivos realistas

La expedición libertadora amenazante desde la época del desastre de Maipú y la desorienta-ción sembrada por la guerra de zapa de San Martín llevaron el desconcierto al virrey de Lima, que no quiso tomar iniciativa alguna de carácter ofensivo y se limitó a disponer medidas de defensa, distribuyendo sus efectivos en Jugar de concentrarlos en alguna parte para operar en condiciones de superioridad.

Cuando se produjo al fin la invasión, el estado de las fuerzas de que disponía Pezuela era el siguiente:

Un ejército de 6.224 hombres de las tres armas en Lima, a las órdenes directas del virrey; otro de 6.000 hombres aproximadamente en el Alto Perú a las órdenes del general Juan Ramírez, que había reemplazado recientemente al general. José de la Serna; un ejército de reserva de 1.380 hombres en Arequipa al mando de Mariano Ricafort; unos 3.000 hombres en guarniciones en las provincias septentrionales; 1.262 hombres cubrían unos 1.000 kilómetros de costas.

En total las fuerzas realistas del Perú, incluidas las milicias y la guarnición del Callao, sumaban unos 23.000 hombres. Pero ya antes de dar término San Martín a los preparativos para la invasión, los realistas se hallaban desorientados y minados y el virrey permaneció atento a la iniciativa del adversario, renunciando a la iniciativa propia.