Desobediencia de San Martín

San Martín desobedeció al gobierno de Buenos Aires cuando éste le ordenó que participase con sus tropas en la guerra civil, posponiendo sus proyectos de invasión al Perú. El 9 de junio de 1819, Pueyrredón renunció a su cargo ante el Congreso y se alejó de la acción política y del país siendo reemplazado por el general José Rondeau, 


El pedido de Rondeau

El general José Rondeau reiteró a San Martín la orden de marchar a Buenos Aires con las tropas de Cuyo para prevenir la anunciada expedición española y también para terminar la guerra de los caudillos del litoral contra Buenos Aires.

Las divisiones que habían vuelto al país desde Chile se componían del batallón Nº 1 de cazadores de los Andes, instalado en San Juan el regimiento de granaderos a caballo, acampado en San Luis, y los cazadores a caballo, estacionados en Mendoza, junto con la artillería y el cuartel general; sumaba unos 2.000 hombres.

Cuando se desbarató la amenaza española por la sublevación de Riego en Cabezas de San Juan, San Martín no quiso manifestar abiertamente su desobediencia y trató de dar largas al asunto con diversos pretextos; pero su situación era delicada y comprometida; la descomposición política se propagaba por las provincias y el director supremo Rondeau consideró que debían posponerse los planes de guerra de la independencia para concentrar todas las fuerzas contra los caudillos sublevados. Con ese propósito se ordenó a Belgrano que marchase sobre el litoral con el ejército del Norte; Rondeau salió de Buenos Aires y avanzó en dirección a Santa Fe, y requirió para el mismo objetivo la asistencia del ejército de los Andes, una operación que repugnaba profundamente a San Martín.


Las tropas de Buenos Aires

El gobierno de Buenos Aires disponía de 15.000 hombres entre las milicias de la campaña y las de la capital y no vacilaba en comprometer a los 2.000 hombres del ejército de los Andes en territorio de Cuyo, malogrando así la expedición al Perú. San Martín no creyó que esos efectivos fuesen esenciales para hacer frente a 1.600 rebeldes, indisciplinados, sin instrucción y organización militar; pero la verdad es que lo que el gobierno de Buenos Aires necesitaba no eran tropas, sino hombres capaces de mandar las que tenía.

Recibía San Martín órdenes de acudir a la guerra del litoral cuando se acababa de convenir con Chile la realización de la expedición al Perú y cuando O'Higgins, Guido y los dirigentes de la logia le pedían que acelerase el regreso a Chile.

Se encontró así ante un dilema grave: debía desobedecer al gobierno y dedicar sus energías a la campaña del Perú o entregar el ejército de su mando, el único que aún conservaba disciplina y moral, a la guerra civil, en la que se perdería. Optó por permanecer fiel a su pensamiento de la independencia americana y volver las espaldas a los levantamientos de las provincias contra el gobierno porteño, como acababa de ocurrir en Tucumán y en otras provincias. Escribió confidencialmente a O'Higgins: "Si no se emprende la expedición al Perú, todo se lo lleva el diablo".

Rondeau, sin embargo, le reiteró la orden de acudir con sus tropas a Buenos Aires inmediatamente; San Martín, en respuesta, envió la renuncia al mando del ejército, pretextando su enfermedad, que le tenía postrado; y conducido en una camilla por sus soldados, atravesó la cordillera a comienzos de 1820, dirigiéndose a Santiago.

Al llegar a la capital chilena se enteró de la sublevación del ejército del Norte en Arequito y de la del batallón de cazadores de los Andes en San Juan. Intentó atraer a los rebeldes con el indulto de los complotados, pero no fue escuchado; entonces ordenó a Rudecindo Alvarado que volviera a pasar de inmediato la cordillera y salvó así un contingente de 1.000 hombres entre granaderos y cazadores a caballo, que se hubiesen plegado y perdido de igual modo en la guerra civil.

En octubre, San Martín partió rumbo a Buenos Aires con el objetivo de entrevistarse con el flamante Director Supremo, José Rondeau. Sin embargo, las noticias recibidas en el trayecto –referidas a levantamientos insurgentes en Tucumán y Córdoba– lo hicieron volver sobre sus pasos. Regresó a Mendoza donde sufrió un serio desmejoramiento de su salud. Envió una carta a Rondeau manifestándole que estaba muy enfermo para seguir al mando del Ejército. Le recomendó que encontrara un sustituto de inmediato y le anunció que pasaría a Chile, para tomar baños termales. Estaba dispuesto a cruzar la cordillera, pero apenas podía mantenerse en pie. El general Rudecindo Alvarado le ordenó a fray Luis Beltrán que construyera una camilla, lo más cómoda posible, para trasladar al general a través de los Andes. El fraile la terminó en un par de días y se abocó a reunir víveres y abrigos. Alvarado dispuso que sesenta granaderos acompañaran al jefe, turnándose para cargar en sus hombros la camilla con el ilustre enfermo.

El acta de Rancagua

El director supremo Rondeau fue derrotado por los caudillos del litoral el 19 de febrero de 1820 en la batalla de Cepeda y, a consecuencia de ello, fue disuelto el Congreso y depuesto el director supremo vencido; Buenos Aires perdió entonces toda jurisdicción real sobre el país; fue una provincia más.

San Martín y el ejército de los Andes se encontraron en una posición dudosa, pues había cesado la autoridad legal que los respaldaba. Se trataba de un ejército nacional que carecía de un gobierno al cual obedecer y que no dependía más que de un general que había desobedecido al gobierno que acababa de ser depuesto.

Había convenido San Martín con O'Higgins que la expedición al Perú se haría entonces bajo los auspicios de Chile, porque ese país contribuía con la mayor parte de los elementos necesarios, pero el ejército de los Andes conservaría su bandera y su carácter de representante de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Había, pues, un gobierno detrás de la expedición, pero San Martín no podía pasar por alto la situación creada a las tropas argentinas a las órdenes de un general que no contaba con el respaldo de un gobierno nacional; quiso asegurar la fidelidad de sus subordinados y comprometerlos a reconocerle en su carácter de general en jefe.
El 26 de marzo hizo llegar al coronel Las Heras un pliego sellado con la orden de abrirlo y leerlo en presencia de los oficiales del ejército de los Andes acantonado en Rancagua.


La revista de RAncagua

La Revista de Rancagua" - Óleo de Juan Manuel Blanes

Esta obra de Juan Manuel Blanes (terminada en 1872), fue obsequiada a la República Argentina por parte del Gobierno del Uruguay en el año 1878, con motivo del Centenario del Nacimiento del Grl José de San Martín, ya que el gobierno de nuestro país no quiso adquirirla "al no representar un hecho histórico ocurrido en nuestro territorio". Lo cierto es que ella se sitúa días antes de uno de los grandes momentos de la Historia del Padre de la Patria, como fue la firma del Acta de Rancagua del 2 de abril de 1820. Por ella el Ejército de los Andes (Jefes y oficiales de cada uno de sus Cuerpos) reconocían la autoridad del Libertador sobre las tropas, a pesar de no existir más el Gobierno Nacional que lo había nombrado en su empleo. Gracias a esta decisión fue posible la realización de la Expedición Libertador al Perú en Agosto de ese mismo año, con San Martín como Jefe de la misma, con la fuerza del Ejército de los Andes y el Ejército chileno. Si bien hay detalles en los uniformes (los Batallones de negros 7 y 8 no utilizaban casacas rojas con puños y cuellos amarillos), la obra tiene detalles muy enriquecedores que comparto luego de fotografiarla ayer en el Museo Histórico Nacional. En cada una de las fotos va una anotación y comentario.

Las Heras convocó a los oficiales el 2 de abril y abrió el sobre de San Martín en su presencia. En él renunciaba al cargo de general en jefe y dejaba a sus subalternos la libertad de elegir a quien creyesen que debía mandarlos. Expresaba:

"El Congreso y el director supremo de las Provincias Unidas no existen. De estas autoridades emanaba la mía de general en jefe del ejército de los Andes y, de consiguiente, creo de mi deber y obligación el manifestarlo al cuerpo de oficiales para que ellos por sí y bajo su espontánea voluntad nombren un general en jefe que deba mandarlos y dirigirlos y salvar de este modo los riesgos que amenazan a la libertad de las Américas".

Leído el documento, el coronel Enrique Martínez manifestó que no correspondía la elección de nuevo comandante en jefe, porque eran nulos los fundamentos aducidos de haber caducado los poderes del general San Martín; su opinión fue apoyada por los coroneles Mariano Necochea, Rudecindo Alvarado y Pedro Conde, y se labró un acta reafirmando la autoridad del comandante en jefe, firmada por todos los oficiales.

San Martín acató la resolución bajo la condición expresa de que se realizaría la expedición al Perú sin pérdida de tiempo; con esa adhesión voluntaria y general su autoridad quedó robustecida y asegurada la obediencia de sus jefes y oficiales, que hubiese podido resentirse por la ausencia del gobierno nacional y del Congreso y en razón de la situación interna del país.

Los preparativos para la expedición no adelantaron con el ritmo deseado por San Martín; se agregó a la larga serie de obstáculos la ambición y el carácter del almirante Cochrane, que pretendía asumir la dirección de la campaña o limitarla a una guerra de corso en el mar. Aunque el mayor de los obstáculos seguía siendo la falta de recursos pecuniarios, San Martín tenía la impresión de que el gobierno chileno no ponía bastante celo y empeño en reunirlos. Decepcionado, el 13 de abril de 1820 elevó al director O'Higgins un oficio en el que pedía que se nombrase otro general en jefe si en el plazo de quince días no se reunían los elementos financieros necesarios para la expedición. La intimación produjo el efecto deseado y el dinero fue reunido, quedando así resuelta la iniciación de la campaña.

Volvió a insistir Cochrane arrogantemente para que se le diese la dirección de las operaciones y amenazando con renunciar a su cargo; el gobierno chileno le hizo ver que no sería difícil hallar quien le reemplazase y estuvo en poco que no lo destituyera; San Martín ofició de conciliador y Cochrane admitió las instrucciones del mismo de Zenteno, en las que se le ordenaba que debía obrar con la escuadra de acuerdo con la línea de conducta que le trazase San Martín, de quien dependería desde el instante en que la expedición zarpase de Valparaíso.

El 6 de mayo de 1820, San Martín fue designado generalísimo de la expedición al Perú por el pueblo y el Senado de Chile. Y comenzó entonces la preparación febril de todos los pormenores para iniciar la marcha. A mediados de mayo inició la concentración de las unidades en Quillota mientras se alistaba la escuadra en Valparaíso. Al finalizar la primera semana de agosto, la expedición se hallaba pronta para embarcar.