La sociedad conservó las características del período hispánico. A los jefes militares y a los altos funcionarios rosistas, así como también a los hacendados, comerciantes, sacerdotes, profesionales y demás personas sometidas, con mayor o menor sinceridad, al régimen rosista se los llamaba «clase decente».
La sociedad conservó las características del período hispánico. A los jefes militares y a los altos funcionarios rosistas, así como también a los hacendados, comerciantes, sacerdotes, profesionales y demás personas sometidas, con mayor o menor sinceridad, al régimen rosista se los llamaba «clase decente». Se mantuvieron los tradicionales bailes, tertulias y saraos, entre los cuales descollaba los de Manuelita, la hija de Rosas, quien con su gentileza y generosidad atenuó más de una vez la severidad de su padre. La «clase decente» organizaba por turno fiestas parroquiales en honor de Rosas.
En 1838, Rosas adquirió varios terrenos en la zona del actual barrio de Palermo, y levantó su residencia de verano en el cruce de las actuales avenidas Libertador y Sarmiento; en invierno vivía en la casa de la ciudad.
Entre los terrenos adquiridos había uno con una pequeña capilla bajo la advocación de San Benito, por lo que Rosas dio a su nueva propiedad el nombre de Palermo de San Benito.
Los terrenos eran bañados, que hubo que sanear; y los montes naturales de sauces, ceibos, talas y espinillos fueron incrementados con grandes plantaciones de duraznos y naranjos.
Los bailes y reuniones eran comunes en la epoca de Rosas , se reunian frecentemente y se realizaba en casas de la "gente decente"
Dos años empleó Rosas en construir su residencia, cuyos planos fueron trazados por Felipe Senillosa , ingeniero español (1790-1858) que había construido los templos de San José de Flores, Chascomús y Guardia de Luján y el Paseo de la Alameda en 1844-1847.
La casona fue construida por el italiano José Santos Sartorio, quien llegó a Buenos Aires en 1826 junto con el astrónomo Mossotti, y el gran arquitecto Carlo Zucchi Sartorio construyó también el Teatro de la Victoria, inaugurado el 25 de mayo de 1838, y la iglesia de Balvanera.
La casa era baja, con corredores de arquerías a ambos costados. Rosas ocupaba las habitaciones que daban al río, y Manuelita las del lado oeste del edificio.
En las galerías, bajo las arcadas, había sillones para los visitantes. El salón-comedor, sobre una galería lateral, tenía una larga mesa para más de veinte personas. El francés Xavier Marmier, que visitó la residencia en 1850, dice «que está a media legua de Buenos Aires y hay un excelente camino para llegar a ella, apisonado como un sendero de parque inglés y alumbrado por la noche con dos líneas de reverberos, como una avenida de los Campos Elíseos».
La casa particular de Rosas estaba ubicada en las calles Bolívar y Moreno; el caudillo pasaba largas temporadas en su vasta residencia de Palermo de San Benito, a orillas del río y entre la arboleda. Atendía los negocios públicos tanto en el Fuerte como en su casa particular y en Palermo. En Santos Lugares, partido de San Martín, cerca de la actual Villa Devoto, existía un campamento militar permanente, con grandes depósitos de armas, municiones y pertrechos; allí se encerraba a los presos políticos y solían efectuarse las ejecuciones.
Los adictos de Rosas eran reclutados entre la clase humilde, cuyas quejas y pedidos atendía con diligencia, ya fuera en persona o por intermedio de sus parientes. Casi todos los plateros, lomilleros y herreros tenían sus talleres en el barrio de la Concepción.Los negros, admiradores fanáticos de él, ocupaban en su mayor parte la parroquia de Montserrat, conocida como «barrio del tambor, del candombe y de la fidelidad». Según su lugar de origen estaban divididos en sociedades llamadas «naciones», tales como las «de los congos», «minas» o «benguelas»; cada «nación» tenía su rey, su reina y una comisión encargada de la celebración de ruidosas fiestas, donde se bailaba el candombe. Acompañado por su hija, Rosas asistía a estas fiestas.
Los indios eran objeto de atenciones cuando concurrían a la ciudad para trocar cueros, piedras, plumas de ñandú y otros elementos por aguardiente, tabaco, adornos y telas de vistosos colores; el gobierno les hacía llegar, por intermedio de los pulperos de la campaña, ropa, azúcar, sal y reses, para lo cual invertía la suma de dos millones de pesos anuales, aproximadamente.
Durante su gobierno, Juan Manuel de Rosas mantuvo con los negros una muy buena relación. Las procesiones y otros gubernamentales contaron siempre con la presencia de ellos. Sin embargo, esta cercanía fue utilizada por sus críticos para acusarlo de la posesión de esclavos, argumentando que la esclavitud no fue abolida oficialmente sino hasta 1853, un año después de su caída.
En 1830 fue clausurado el Colegio de Ciencias Morales, «por no corresponder sus ventajas a las erogaciones causadas»; en su lugar funcionó años más tarde el Colegio Republicano Federal, de carácter privado, cuyo director fue el padre jesuita Majesté.
En 1838 se suprimió del presupuesto la partida destinada a la universidad, la cual en adelante se sostuvo con recursos propios. También se suprimieron, en el mismo año, los sueldos de los maestros de la ciudad y de la campaña; en el decreto se aducía como causa la grave situación de las finanzas, afectadas por el bloqueo francés.
La Casa de Expósitos y el Asilo de Huérfanos quedaron a cargo de la beneficencia privada. Tanto la entrada de libros como su publicación fueron sometidos a la censura.
Sin embargo, el Colegio de Montserrat y la Universidad de Córdoba siguieron funcionando como instituciones provinciales, y en esa época el doctor Francisco Javier Muñiz realizó trabajos importantes sobre fósiles y enfermedades infecciosas; además, el escritor italiano Pedro de Angelis, traído a la Argentina por Rivadavia, ordenó y publicó diversos documentos históricos.
El número de periódicos alcanzaba en 1833 los 43, entre los cuales destacaban La Gaceta Mercantil, Diario de la Tarde y The British Packet, este último escrito en inglés. En las letras floreció solamente la poesía tendenciosa, anónima en gran parte, escrita para ensalzar a Rosas, su mujer y su hija, así como a los principales jefes y a la Federación.
El 16 de mayo de 1830 apareció por primera vez el diario de la tarde, se trata de un periódico de completamente federal que habrá de ocuparse de temas políticos, comerciales y literarios Su redactor es Francisco de la Barra y su director don Pedro Ponce