Mientras se luchaba con furor por el dominio absoluto político y militar, con el objetivo del exterminio del sector contrario, el 5 de marzo de 1840 la Sala de representantes reeligió a Rosas gobernador por cinco años. Después de los rechazos protocolares y la insistencia habitual de los representantes.
Rosas admitió la prórroga del gobierno por seis meses. Pero la invasión de Lavalle y la organización de la lucha sumando a la negociación con los franceses para poner término al bloqueo mediante el tratado Mackau-Arana, hicieron olvidar el plazo de seis meses.
El 2 de diciembre Rosas recordó a la Sala que había vencido el semestre y que debía tratar sobre la persona que había de sucederle. La Sala rechazó la devolución de los poderes que le ofrecía el gobernador. En aquella situación ¿quién otro que Rosas podía asumir el mando en Buenos Aires y dirigir la guerra en todo el ámbito del territorio nacional?
La Sala de representantes decretó toda clase de honores e inciensos al gobernador, que éste rechazaba con insistencia y por cálculo.
Hubo, sin embargo, un hecho que sirvió para llevar a las nubes la exaltación federal, y agudizar el terror contra los unitarios y la saña homicida a cubierto de toda responsabilidad y fue el descubrimiento el 28 de marzo de 1841 de un atentado contra el dictador, la llamada máquina infernal que se destinaba a terminar con la vida de Rosas. Estremecidos los prohombres de la situación en Buenos Aires, concibieron entonces la idea de crear un gobierno hereditario para el caso de acefalía por cualquier causa insospechada. Fue señalada como heredera del poder Manuelita Rosas.
En nombre de la Sociedad de anticuarios del Norte, de la cual era miembro Rosas, fue enviada desde Dinamarca al ministro de Portugal en Montevideo una caja con medallas antiguas para que la hiciese llegar al gobernador de Buenos Aires.
La caja habría sido interceptada por los emigrados en Montevideo y se atribuyó a Rivera Indarte el pensamiento de utilizarla para atentar contra Rosas sustituyendo las medallas por un mecanismo que al abrirla haría diversos disparos que causarían la muerte del que lo hiciese. La caja fue remitida a Buenos Aires y entregada a Manuelita, que la llevó al despacho del padre, pero no fue abierta el mismo día. Se hizo al día siguiente y se descubrió el mecanismo que había dentro y que no llegó a estallar, con lo cual se salvó la vida del dictador.
Los enemigos del jefe de la Confederación, Juan Manuel de Rosas, planearon eliminarlo enviándole desde Montevideo, disimulado dentro de una caja, un artefacto explosivo. Rosas, ocupado, dejó el envoltorio sobre una mesa. Más tarde, su hija Manuelita se dispuso a abrirlo. Cuando lo hizo, la tapa saltó con violencia y con un ruido seco: había fallado el disparador. Según el historiador Adolfo Saldías, el dispositivo constaba de "dieciséis cañones cargados a bala, superpuestos, con la boca hacia los bordes de la caja como otros tantos radios de un círculo, y unidos por dos resortes de percusión a ambos goznes de la tapa y de manera que al abrirla explotasen simultáneamente". La gente denominó "máquina infernal" a este terrorífico aparato, que hoy está en el Museo Histórico Nacional.
La máquina infernal era un artificio que no podía faltar en la trayectoria de la tiranía y fue expuesta al cuerpo diplomático, a las corporaciones, a los particulares, a los militares adictos para que tuviesen oportunidad de condenar a los autores del frustrado asesinato. Se desató una oleada incontenible de ditirambos para Rosas y de denuestos contra los unitarios.El gobernador delegado Felipe Arana escribió al dictador una nota que refleja el nivel moral y la obsecuencia en que vivían los notables de Buenos Aires:
". . Esto impone al gobernador delegado el deber de dar fervorosas gracias al Omnipotente por tan señalado beneficio, y de felicitar a la Confederación Argentina por la conservación de una vida a la que está vinculada la existencia, libertad e independencia de la patria y el triunfo de las caras instituciones".
La felicitación del obispo y senado del clero, con sus firmas, llega a expresiones como ésta:
"¡Quiere V. E. conocer más claramente que Dios lo tiene escogido para presidir los destinos del país que lo vio nacer? ¡No se apercibiría de que es disposición del Eterno que continúe sus sacrificios, y que el único propósito que domine a V. E. sea el de llevarlos hasta donde lo exigen los intereses de la República? Esta necesidad ya se la ha hecho sentir a V. E. repetidas veces la voz del pueblo; ahora se la hace entender más enérgicamente la voz del cielo, la voz del milagro".
Rosas robusteció su posición en toda la República. La psicosis persecutoria y homicida, que tuvo expresiones monstruosas en octubre de 1840, todavía había de culminar en las matanzas de abril de 1842. Se veían enemigos por todas partes y, siguiendo la línea de conducta de Rosas, los enemigos debían ser exterminados.
El jesuita Berdugo vio la supuesta cajita infernal, hoy en el Museo Histórico Nacional, y dijo al respecto:
"Yo vi la tal cajita o máquina infernal, en cuyo interior había un círculo de cañoncitos de los que suelen tener los niños por juguete ... Confieso que al ver tal máquina, su construcción y lo torpemente que estaba trabajada no pude acabar conmigo para creer que fuese ardid de sus enemigos. .. ni aquéllos tan negados de luces que preparasen una máquina infernal tan tonta, cuando con mixtos inflamables hubiesen asegurado mejor el tiro si lo hubiesen pretendido realmente, y así fueron pocos los que lo creyeron".
Bernardo Victorica se desempeño como jefe de policía desde el 8 de abrel de 1835 hasta el 21 de enero de 1845, nombrado por medio de un decreto de Juan Manuel de Rosas, estuvo a cargo de la represion junto con los elementos de la mazorca
Los adversarios no podían quedar indiferentes ante la prédica y la práctica de la violencia bajo el sistema del gobernador de Buenos Aires y de sus adeptos y cómplices en las provincias, aunque la época era propensa a esos recursos.
Es cosa santa matar a Rosas, proclamaba Rivera Indarte en Montevideo, después de haber sido en su juventud un federal entusiasta. A fines de 1841 se inició en la capital uruguaya la publicación del periódico Muera Rosas.
El 13 de enero de 1842 se lee en él: "Hagamos como ha hecho Rosas, que el objeto lo justifica todo; para dar libertad a la República Argentina, todo es bueno, todo es permitido, todo es santo".
En ese periódico colaboraban Miguel Cané, Juan María Gutiérrez, Luis L. Domínguez, Juan B. Alberdi, José Mármol, Gervasio A. Posadas, a veces también Esteban Echeverría; Antonio Somellera ofrecía caricaturas significativas en cada número.
La prensa de los proscriptos se volvió agresiva; había en ella desesperación, irritación, pero era una manifestación que no llegaba a influir en absoluto, por ejemplo, en la conducta de un jefe de la talla del general Paz, mientras que la violencia de la prensa federal respondía enteramente a las sugestiones y a la modalidad espiritual de Rosas.
Amargado por las perspectivas sombrías, escribió Alberdi la pieza satírica El gigante Amapolas y sus formidables enemigos.
A partir de 1839 la Mazorca aumentó sus actividades que se volvieron más violentas. Impuso su misión a través del terror, la versión más extrema y radical del rosismo, quien decidió aumentar el control político y social aprovechando la guerra civil que vivía todo el país. En mayo de 1840, un grupo de personajes identificados con la conjuración de Maza, entre ellos Francisco Lynch, José María de Riglos, Isidoro de Oliden y Carlos Mason, pretendió huir secretamente hacia Montevideo. Fueron interceptados por la Mazorca y asesinados; ese suceso es retratado al comienzo de la novela Amalia, de José Mármol.
En abril de 1842 se desencadenó una de las oleadas más sangrientas de terror; tuvieron cabida los odios y las venganzas personales, y se fue más allá de todo lo admisible.
Pascuala Beláustegui, esposa de Felipe Arana, escribió el 16 de abril a Tomás Guido: «Las reuniones federales que usted ha visto aquí son tortas y pan pintado para las que hay ahora; el exterminio de los salvajes es lo único que ya se oye como único remedio a la terminación de la guerra, pues ya han desesperado de que la moderación pueda jamás convencerlos».
El propio Rosas tuvo que frenar los excesos; el 19 de abril, su edecán Manuel Corvalán transmitió una circular dirigida a personajes de primera fila de las huestes federales: el coronel Joaquín M. Ramiro, el general Mariano B. Rolón, el coronel Ciriaco Cuitiño, el sargento mayor José Nabona, el jefe de policía Benjamín Victorica y el comandante Pedro Gimeno. Se les comunicaba que el gobernador había visto con profundo desagrado los escandalosos asesinatos que se habían cometido.
A partir de 1839 la Mazorca aumentó sus actividades que se volvieron más violentas. Impuso su misión a través del terror, la versión más extrema y radical del rosismo, quien decidió aumentar el control político y social aprovechando la guerra civil que vivía todo el país. En mayo de 1840, un grupo de personajes identificados con la conjuración de Maza, entre ellos Francisco Lynch, José María de Riglos, Isidoro de Oliden y Carlos Mason, pretendió huir secretamente hacia Montevideo. Fueron interceptados por la Mazorca y asesinados; ese suceso es retratado al comienzo de la novela Amalia, de José Mármol.
Los degüellos de prisioneros y de sospechosos de ser unitarios en 1840-1842 fueron registrados, en parte, en la instrucción del proceso criminal contra Rosas después de la batalla de Monte Caseros.
Ciriaco Cuitiño, en la indagatoria del proceso, declaró «que la orden de degollar al coronel Francisco Lynch, a Isidro Oliden, a Messon, etcétera, la recibió Parra del mismo gobernador Rosas, verbalmente. Que, luego de ejecutada, pasaron él y Parra a la casa de gobierno, y quedándose el declarante en el patio, entró Parra adentro a dar cuenta al gobernador Rosas del cumplimiento de la orden. Que Parra repartió quinientos pesos a cada vigilante (degolladores) ya el le entregó mil pesos que le mandaba Rosas. Que en su cuartel se han fusilado hombres que mandaba el gobierno; que degollados fueron don Juan Pedro Varangot y José M. Dupuy, compadre de sacramentos del declarante, y un indio que se mató a bolazos puesto en el cepo...».
El propio Rosas tuvo que frenar los excesos; el 19 de abril, su edecán Manuel Corvalán transmitió una circular dirigida a personajes de primera fila de las huestes federales: coronel Joaquín María Ramiro, general Mariano Benito Rolón, coronel Ciriaco Cuitirio, sargento mayor José Nabona, jefe de policía Benjamín Victorica, comandante Pedro Gimeno. En ella se comunica que el gobernador "ha mirado con el más profundo desagrado los escandalosos asesinatos que se han cometido en estos últimos días, los que aunque habían sido sobre salvajes unitarios, nadie absolutamente estaba autorizado para semejante bárbara feroz licencia, siendo por todo aún más extraño a S. E. que la policía se hubiese mantenido en silencio sin llenar el más principal de sus deberes".
Cabe imaginar el carácter de aquellas jornadas de sangre cuando el mismo Rosas las califica de "bárbara feroz licencia".
Los degüellos de prisioneros y sospechosos de ser unitarios en 1840-1842 fueron registrados en parte en la instrucción del proceso criminal contra Rosas después de Caseros:
"Los meses de octubre de 1840 y abril de 1841 han sido el horror y el espanto de los habitantes de esta ciudad. Varias gavillas de forajidos recorrían las calles llevando pintados en sus rostros la sed de sangre, los instintos feroces de sus almas, la cínica desvergüenza de que hacían alarde. Estas gavillas obedecían directamente las órdenes del ex gobernador Juan Manuel de Rosas o de su cómplice, el infame Nicolás Mariño, jefe del cuerpo de serenos".
El ministro Felipe Arana, llamado a declarar en el proceso, en su calidad de ex gobernador delegado, dijo: "Que con respecto a los asesinatos ocurridos con las citas que se le han leído, aunque en efecto era él entonces gobernador delegado, no tuvo en ellos conocimiento alguno, porque Rosas desde Santos Lugares libraba sus órdenes con absoluta prescindencia del decla-rante, sin duda por la policía, para la ejecución de aquellos asesinatos, según presume, aunque no puede asegurarlo, desde que ellos tenían lugar en esta ciudad (de Buenos Aires) o por los mismos ejecutores directamente encargados de llenar las órdenes preindicadas".
El jefe de policía Bernardo Victorica, cuando se le preguntó por el juez instructor, si en su calidad de jefe de policía no tomó ni practicó entonces algunos conocimientos para descubrir a los autores de esos crímenes, contestó:
"Que como jefe de policía no tomó ningún conocimiento, ni trató de investigar ni esclarecer los hechos, porque tenía conciencia que de todos esos crímenes era sabedora la primera autoridad y fue confirmado en esa convicción, por cuanto el gobierno no le hizo al declarante ninguna prevención, observación o interpelación sobre ellos, sino que por el decreto que se expidió para hacer cesar los atentados, en los que se culpa al exponente por su falta de vigilancia, que hasta cierto punto es ridículo, por cuanto el doctor Zorrilla fue muerto en su casa en la plaza de la Victoria, y la cabeza del degollado Miguel Llané se colocó en la Pirámide de la misma".
Ciriaco Cuitiño, en la indagatoria del mismo proceso, declaró:
"Que la orden de degollar al coronel Francisco Lynch, a Isidro Oliden, Messon, etc., la recibió Parra del mismo gobernador Rosas, verbalmente. Que luego de ejecutada, pasó él y Parra a la casa de gobierno, y quedándose el declarante en el patio, entró Parra adentro a dar cuenta al gobernador Rosas del cumplimiento de la orden. Que Parra repartió quinientos pesos a cada vigi-lante (degolladores) y a él le entregó mil pesos que le mandaba Rosas. Que en su cuartel se han fusilado hombres que mandaba el gobierno; que degollados ha habido dos, uno fue don Juan Pedro Varangot, y el otro José María Dupuy, compadre de sacramentos del declarante, y un indio pampa que se mató a bolazos puesto en el cepo". . .