La propaganda doctrinaria contra Rosas no tardó en ser acompañada por la lucha armada, que alcanzó particular intensidad entre los años 1839 y 1847. En el país había muchos argentinos que no soportaban que el poder total estuviese en manos de un hombre que pretendía manejar a la nación como a una estancia.
Durante los años del gobierno de Rosas se libraron gran cantidad de batallas y combates, en los que murieron más de cincuenta mil argentinos, cifra enorme para la reducida población del país en esa época. La violencia fue utilizada sin cuartel por ambos bandos, provocando atraso y miseria a la nación.
Los partidarios de la política de Rosas afirman que el pueblo estaba de su lado, pero olvidan que los miles de gauchos y gente del pueblo que integraron los ejércitos unitarios también eran argentinos.
Rosas representaba el orden, la disciplina y la jerarquía, que eran su credo; pero también representó la pérdida de las libertades, el amordazamiento de la prensa y la sumisión total a sus directivas ,siendo apoyado por los gauchos y los negros humildes, pero también la burguesía mercantil y los estancieros poderosos como él, esto era lógico. Rosas, sobre todo, garantizaba el orden; y esa ciudad de tenderos y comerciantes conservadores, y de estancieros y saladeristas enriquecidos, sólo pedía precisamente orden para proseguir sus negocios en paz. Entre las necesidades sociales, el orden figuraba antes que la libertad.
Una litografía de Pellegrini de 1840 donde se puede ver la pirámide de mayo y parte de la plaza de la victoria.
Charles Darwin lo describe así:«Es un hombre de extraordinario carácter y ejerce en el país avasalladora influencia, que parece probable ha de emplear en favorecer la prosperidad y adelanto del mismo. Se dice que posee setenta y cuatro leguas cuadradas de tierra y unas trescientas mil cabezas de ganado. Lo primero que le conquistó gran celebridad, fueron las ordenanzas dictadas para el buen gobierno de sus estancias y la disciplinada organización de varios centenares de hombres, para resistir con éxito los ataques de los indios...»« Por estos medios... se ha granjeado una popularidad ilimitada en el país y consiguientemente un poder despótico...».
Pero Rosas también era el tipo de hombre que creyó que la democracia y la libertad eran metas que se alcanzaban por decreto, ignorando que se debían formar lenta y orgánicamente.
Rosas fue el hombre del orden, y por eso se mantuvo alejado del proceso de la Revolución de Mayo, una vez alcanzado el orden, consideraba que su misión había terminado. Tenía horror por los adelantos técnicos y científicos. En una carta suya desde el exilio, del 20 de enero de 1868, expresó:
«Los mismos adelantos y grandes descubrimientos de que estamos tan orgullosos, Dios sabe solamente a dónde nos llevan. Por mi parte, pienso que nos llevan a la anarquía sin término y sin cuento, a la bancarrota, al caos y a la desolación espantosa y aberrante».
El país podría tener ferrocarriles, como Perú y Chile en 1850; pero a él no le interesaban «esas cosas de gringos». Cuando su pariente Guerrico trajo de Europa unos cuadros, dijo con socarronería: «Allí viene ese zonzo con cosas de gringos».
Al comentar la guerra civil de los Estados Unidos se manifestó contra Lincoln y contra el norte progresista, y apoyó a los sureños, que seguían teniendo esclavos en sus haciendas algodoneras. Lo escandalizó la Asociación Internacional de Trabajadores, que en julio de 1869 proclamó la abolición del derecho de herencia y de los derechos sobre la tierra, lo que calificó de «inauditos escándalos».
En una carta del 24 de septiembre de 1871 afirmó:
«Cuando en las clases vulgares desaparece el respeto al orden, a las leyes y el temor a las penas eternas, solamente los poderes extraordinarios son capaces de hacer respetar las leyes, el capital y a sus poseedores».
Las luchas de la clase obrera por la superación lo espantaban. En mayo de 1872 escribía: «La enseñanza libre se convierte en arte de explotación en favor de los charlatanes, de los que profesan ideas falsas, subversivas de la moral o del orden público. En cuanto a las clases pobres, la educación compulsoria [obligatoria] me parece perjudicial, tiránica. Se les quita el tiempo de aprender a buscar el sustento, su físico no se robustece para el trabajo, se fomenta en ellos la idea de goces que no han de satisfacer y se les prepara para la vagancia y el crimen». Contra estas ideas, entre otras, fue que se levantaron muchos argentinos en el interior del país, tratando de encauzar al país por la senda de la constitución, ese «cuadernito» del que se burlaba Rosas.