Nicolás del Campo y Rodríguez de Salamanca nació en Sevilla en 1723 en el seno de una familia noble y culta de origen flamenco emparentada con la nobleza local (su abuelo paterno se apellidaba Van der Velde que traducido al castellano pasó a ser del Campo). Sus padres fueron Nicolás Ignacio del Campo y Cuesta, quien fuera el primer marqués de Loreto (n. en 1687), y Josefa Arcadia Rodríguez de Salamanca y García-Olaya (n. en 1706). Sus abuelos paternos eran Diego del Campo y Maestre (nacido Jacopus van der Velde und Meesttere) y Bernarda Laureana de la Cuesta y Saavedra; mientras que sus abuelos maternos fueron Pedro Rodríguez de Salamanca y Solís y Florencia García-Olaya y Vivanco
Como ilustres vecinos que eran de la feligresía de San Nicolás, la familia Del Campo costeó en buena parte las obras de reconstrucción de la parroquia que culminaron en 1758. También eran patronos de su capilla mayor, en cuyo retablo permanece todavía el escudo del linaje.
Nicolás del Campo tuvo nueve hermanos, de los cuales guardó especial relación con Pedro José, que fue canónigo racionero de la catedral de Sevilla, así como con Benito, veinticuatro, procurador mayor de la ciudad y caballero maestrante.
El II marqués de Loreto fue un ilustrado, como demuestra el hecho de haber formado parte de los fundadores, junto con su hermano Benito del Campo y otros caballeros sevillanos, de la Sociedad Económica Sevillana de Amigos del País en 1775. Era un entusiasta coleccionista de libros raros, pinturas, figuras de yeso y monedas antiguas.1
Hizo carrera militar, teniendo los empleos de coronel del regimiento de milicias provinciales de Sevilla y brigadier de los Reales Ejércitos. Participó en la invasión del norte de Portugal de 1761 en el marco de la guerra de los siete años y en el Sitio de Gibraltar de 1779.
Por real provisión de Carlos III de 13 de agosto de 1783 Nicolás del Campo y Rodríguez de Salamanca fue nombrado virrey del Río de la Plata, cargo en el que tomó posesión en Buenos Aires el 7 de marzo de 1784.
Como era pelirrojo los vecinos de la capital virreinal lo apodaron Bicho Colorado.1 A diferencia de la mayoría de los anteriores virreyes, no había tenido experiencia política alguna en Hispanoamérica antes de llegar a Buenos Aires. Demostró ser un administrador honrado y capaz para ejercer el virreinato, cuya importancia crecía vertiginosamente.
Durante su virreinato se continuaron los trabajos de los comisarios enviados para la demarcación de los límites entre los dominios de España y Portugal en América del Sur acordados en el Tratado de San Ildefonso de 1777.
El 8 de agosto de 1785 estableció la Real Audiencia de Buenos Aires,2 que había sido creada en 1783 por su predecesor; tuvo que hacer frente al establecimiento de la Real Ordenanza de Intendencias en el Río de la Plata —instituyendo ocho de ellas y creando la Intendencia de Puno, incorporada al Virreinato del Perú en 1796— prosiguió el arreglo de las calles, haciendo el empedrado de algunas y al nuevo sistema de relaciones entre los intendentes y el virrey, con sus facultades y prerrogativas tradicionales.
Aplicó sus ideas ilustradas en la política económica virreinal. Influenciado por la fisiocracia fomentó la economía en todos sus niveles, tratando de promover la agricultura, estimulando el cultivo del trigo y la instalación de silos para conservar las cosechas.
No descuidó la industria ganadera, buscando nuevas fuentes de sal de buena calidad y bajo costo para facilitar el funcionamiento de los saladeros de carne vacuna (introducidos una década antes). Ello lo logró a través de dos objetivos: introdujo una nueva política de coexistencia pacífica y un comercio provechoso con los indios lo que le permitió enviar una expedición a las Salinas Grandes a fin de traer el mineral que necesitaba la provincia.
Mejoró las instalaciones del puerto y luchó contra el contrabando.
En 1789 el virrey marqués de Loreto fue reemplazado por el virrey Arredondo, volviendo a su Sevilla natal con el grado militar de mariscal de campo. Soltero y ya anciano, se fue a vivir junto a su hermano Benito del Campo, habitando junto a él y a su esposa en la casa que el matrimonio había edificado en la calle de San José nº 13. Esta casa palaciega, cuya fachada preside el escudo del marqués de Loreto, todavía se conserva gracias a que fue rehabilitada a finales del siglo XX como una de las sedes de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
Años después de su regreso a Sevilla, Nicolás del Campo fue nombrado Gentilhombre de Cámara de Su Majestad, con entrada, lo que le facultaba para pertenecer a los círculos cortesanos más inmediatos al rey Carlos IV de España. Por ello se trasladó a Madrid, donde murió el 17 de febrero de 1803 a la edad de 79 años. Fue sepultado en la cripta del altar mayor de la parroquia de San Sebastián.