Gregorio Aráoz de Lamadrid fue el quinto y último hijo del matrimonio que, en el año 1790, contrajeran en la ciudad de San Miguel de Tucumán Francisco Javier Aráoz Sánchez de Lamadrid y Andrea Aráoz Núñez de Herrera, hermana del presbítero Pedro Miguel Aráoz, firmante del Acta de la Independencia. Los Aráoz eran una de las más importantes familias de la época colonial en el Tucumán. En sus "Memorias", el futuro general no mencionaría a sus padres, aunque sí recordaría que fue educado por sus "tíos" Don Manuel de La Madrid y Doña Bonifacia Díaz de la Peña, en su finca con viñedos de Andalgalá. Gregorio fue criado en la hacienda de Andalgalá, cuando su primo Juan José de La Madrid, hijo de ese matrimonio, contrajo matrimonio el 27 de diciembre de 1800 con Catalina Aráoz, hermana del después general Bernabé Aráoz.
Gregorio contrajo matrimonio en Buenos Aires con María Luisa Díaz Vélez Insiarte (Buenos Aires, 1801 - Buenos Aires, 1871),2 hija del doctor José Miguel Díaz Vélez —su primo al igual que el general Eustoquio Díaz Vélez (ya que el padre de Gregorio, Francisco, fue hermano de María Petrona Aráoz Sánchez de Lamdrid, quien fue la madre tanto de José Miguel como de Eustoquio)— y de María del Tránsito Insiarte Montiel, con quien tuvo trece hijos. Aunque posteriormente fue uno de los más destacados miembros del partido unitario, sus futuros enemigos Manuel Dorrego y Juan Manuel de Rosas —dos de los más importantes referentes del federalismo porteño— fueron padrinos de bautismo de sus hijos Bárbara y Ciriaco; Encarnación Ezcurra, esposa de Rosas, fue madrina de este último.
En 1811 Gregorio Aráoz de Lamadrid se enroló en las milicias de Tucumán. Rápidamente se puso a las órdenes del general Manuel Belgrano, comandante de la segunda campaña al Alto Perú contra los realistas, con el grado de teniente, luchó en las batallas de Tucumán, Salta, Vilcapugio, Tambo Nuevo y Ayohúma. Regresando de esta última derrota, logró algunos éxitos menores en la retirada, en Colpayo y Posta de Quirbe.
A órdenes de José Rondeau hizo la tercera campaña al Alto Perú, luchando en Venta y Media y Sipe-Sipe. Nuevamente ayudó a mejorar la retirada de su ejército peleando en pequeños encuentros, en Culpina y Uturango. En una arremetida personal salvó al general Francisco Fernández de la Cruz de ser capturado por los españoles, lo que le valió el ascenso al grado de teniente coronel.
Nuevamente nombrado Belgrano como jefe del Ejército del Norte, lo convirtió en su oficial favorito. Por orden suya fue enviado como segundo del coronel Juan Bautista Bustos, para enfrentar al caudillo santiagueño Juan Francisco Borges, al que derrotó en Pitambalá. Dos días después lo fusiló por orden de Belgrano.
Poco después, Belgrano lo mandó a una expedición de reconocimiento, atacando a los realistas por la retaguardia. Pero se desvió hacia Tarija y consiguió derrotar en Tolomosa al coronel Andrés de Santa Cruz (el futuro dictador de Perú y Bolivia), y ocupar la ciudad, y poco después consiguió otra victoria en Cachimayo. Desoyendo las órdenes de Belgrano, y apenas con 400 hombres, avanzó hasta Chuquisaca, empresa que iba mucho más allá de sus posibilidades, y atacó la ciudad por sorpresa. La sorpresa no funcionó, fue derrotado y tuvo que huir por la sierra y la selva, derrotado en la batalla de Sopachuy, y volviendo a Tucumán por el camino de Orán. Como premio fue ascendido a coronel.
El Ejército del Norte se desvió de su misión original de
hacer la guerra en el Alto Perú para enfrentar a las montoneras federales del
litoral, y a órdenes de Juan Bautista Bustos fue trasladado a Córdoba. Allí se
enfrentó con los santafesinos de Estanislao López y peleó en la batalla de La
Herradura. Después de la batalla, Bustos decidió no continuar con la guerra
civil, ya que no era para eso que ninguno de ellos se había enrolado. Lamadrid
se ofreció a arrestarlo y "pegarle cuatro tiros", pero Belgrano no lo
autorizó. A fines de 1819, el general abandonó el ejército hacia Tucumán, harto
también él de esta guerra fratricida.
Al estallar el Motín de Arequito, por el que la mayor parte
del Ejército se negó a seguir la guerra civil, Lamadrid quiso atacar a los
sublevados, pero nada pudo hacer sin sus hombres, que se unieron a la rebelión.
Se retiró a Buenos Aires, donde se dedicó a tratar de
sostener a todo trance al gobierno de turno, pero no lograba saber con
precisión a quién obedecer. Acompañó a Manuel Dorrego en la campaña hacia Santa
Fe contra los caudillos autonomistas pero no estuvo en la Batalla de Gamonal.
Hizo también una breve campaña al sur de la provincia de Buenos Aires, en la
que conoció al entonces coronel Juan Manuel de Rosas, que le causó una
agradable impresión.
De regreso pasó a la provincia de Santa Fe, que había sido
invadida por Francisco Ramírez. Pero no quiso esperar a su antiguo enemigo, y
se adelantó a luchar contra el entrerriano sin López; fue seriamente derrotado
en Coronda, en el mismo lugar donde, al día siguiente, López derrotaría a
Ramírez.
Se retiró del ejército y se dedicó a trabajar en el campo en
San Miguel del Monte (muy cerca de la estancia de Rosas). Fue llamado
nuevamente al ejército para acompañar al gobernador salteño Arenales, que se
disponía a avanzar sobre el Alto Perú, a enfrentar al último jefe realista.
Pero apenas entrados en el Alto Perú, se encontraron con que Sucre había ya
obtenido su independencia de la corona de España (declarada el 6 de agosto de
1825) y separado a Bolivia del territorio argentino.
Ese mismo año de 1825 comenzó la guerra contra el Imperio
del Brasil y Lamadrid fue encargado por el presidente Bernardino Rivadavia de
reclutar voluntarios en su provincia. En Tucumán parecía terminada la guerra
civil que había dividido la provincia desde hacía seis años, debido a la muerte
de Bernabé Aráoz -tío y protector de Lamadrid-, fusilado por el gobernador
Javier López. Pero Lamadrid volvió a complicar las cosas.
Fue enviado a Catamarca a reunir voluntarios, pero se enredó
en una guerra civil local entre dos candidatos a gobernador. Uno de ellos lo
convenció de volver a Tucumán y derrocar a Javier López. Tras una batalla
breve, se hizo elegir gobernador por la Sala de Representantes el 26 de
noviembre de 1825. Se pronunció abiertamente a favor de las autoridades de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, del presidente Bernardino Rivadavia
-líder del partido unitario- y de la constitución unitaria, que era rechazada
por los gobernadores federales del interior.
En diciembre Lamadrid recuperó el mando de su provincia y
envió una división a invadir Santiago del Estero. Quiroga, que estaba de
regreso de una campaña incruenta a San Juan, invadió nuevamente su provincia,
derrotándolo por segunda vez en batalla de Rincón de Valladares, el 6 de julio
de 1827.
Lamadrid se refugió en Bolivia, pero en diciembre inició el
regreso a su campo en Buenos Aires. La revolución de diciembre de 1828, en la
que Juan Lavalle derrocó al gobernador Manuel Dorrego, lo tomó de sorpresa,
pero se unió al ejército de Lavalle y peleó en la batalla de Navarro. Cuando
Dorrego fue capturado, intentó impedir sin éxito, el fusilamiento del
gobernador ordenado por Lavalle. Antes de su ejecución Dorrego le entregó a su
compadre su chaqueta militar para que se la hiciera llegar a su familia junto a
una a carta que escribió a su esposa Ángela Baudrix. Lamadrid fue el único
oficial superior que tuvo el valor de ver morir a Dorrego si bien no tuvo el
coraje para presenciar su fusilamiento.
Se unió a la expedición del general José María Paz al
interior y peleó en las victorias unitarias de San Roque y La Tablada. Después
de esa batalla se destacó por la crueldad con que trató a los federales,
“pacificando” la sierra a sangre y fuego. Paz lo ascendió al grado de general y
también peleó a sus órdenes en Oncativo, como jefe de un ala de caballería.
Después de la batalla persiguió tenazmente a los derrotados, asesinando a todos
los soldados que se le rendían en su furor por alcanzar a Quiroga.
Después de Laguna Larga u Oncativo, Paz mandó divisiones unitarias a las provincias de Cuyo, para ocuparlas para el partido unitario. Tucumán y Salta ya tenían gobiernos adictos pero no encontró oficiales para invadir La Rioja y Santiago. A ésta envió al coronel Román Deheza, y a La Rioja a Lamadrid. Éste ocupó la provincia con extrema crueldad, vengándose en ausencia del general que lo había vencido dos veces, y se hizo nombrar gobernador. Se dedicó a buscar los tesoros (reales o imaginarios) que Facundo tendría escondidos por toda la provincia, para lo que no dudó en utilizar métodos violentos. En represalia por la muerte de su segundo, Pedro Melián, asesinó a 200 soldados federales. Incluso obligó a la anciana madre del general Quiroga a dar vueltas a la plaza de La Rioja, cargada de grillos y cadenas, para obligarla a confesar. Más tarde, en una carta, Quiroga le escribiría:
Tras un breve paso por Montevideo Gregorio Aráoz de Lamadrid
fue llamado por el gobernador Rosas para unirse a su ejército, realmente es un
enigma saber por qué lo llamó y, peor aún, por qué mandó justamente a Lamadrid
a la provincia de Tucumán, a recuperar las armas que Buenos Aires había enviado
allí, para una breve guerra contra Bolivia. Además debía derrocar a los
gobiernos unitarios que se habían formado en el noroeste, y que se acababan de
unir en la llamada Coalición del Norte, organizada por Marco Avellaneda. Hizo
el camino hacia el norte cantando vidalitas en honor de Rosas y acusando a los
unitarios de traición a la patria. Junto a él iba un joven sobrino, Juan
Crisóstomo Álvarez.
Muerto Brizuela, cercado Lavalle y derrotado Acha, los
unitarios decidieron que Lavalle defendería Tucumán, mientras Lamadrid
conquistaría Cuyo. Inició su última campaña con 3.000 hombres y avanzó
lentamente hacia el sur, enviando como vanguardia al coronel Acha. Éste esquivó
a Benavídez y Aldao y ocupó la ciudad de San Juan y tomó prisionera a la
familia de Benavídez, amenazándola de muerte, pero el gobernador se negó a
negociar. Sin cumplir sus amenazas, Lamadrid siguió hasta Mendoza, ocupando la
ciudad y haciéndose nombrar gobernador el 4 de septiembre.
En el año 1852, el general entrerriano Justo José de Urquiza
convocó al general Gregorio Aráoz de Lamadrid para dirigir uno de los
contingentes del Ejército Grande para luchar contra las fuerzas del general
Rosas. Participó en la batalla de Caseros como comandante del extremo del ala
derecha del ejército. Al efectuar el ejército su entrada triunfal en Buenos
Aires, el pueblo lo bajó de su caballo y lo llevó en andas por la ciudad,
otorgándole así el reconocimiento a su prestigio y valor.
Apoyó la revolución del 11 de septiembre de 1852, que separó
a Buenos Aires de la Confederación Argentina durante los siguientes nueve años.
Su apoyo a esa revolución dejó en claro que no era un federal enemigo de los
caudillos, como dijeron por años sus panegiristas: era un unitario convencido,
y todos los federales merecieron su repulsa.
En 1853 Lamadrid escribió sus célebres Memorias, un documento valioso para el estudio de la historia argentina de la primera mitad del siglo XIX, cuya primera impresión fuera realizada por el gobierno de la Provincia de Tucumán.
Gregorio Aráoz de Lamadrid murió en Buenos Aires, el 5 de
enero de 1857, a los 61 años, y sus restos fueron trasladados en 1895 a la
Catedral de San Miguel de Tucumán, donde descansan actualmente.